En medio de un estado de crisis permanente en la República Democrática del Congo, el fracasado y por ahora confuso intento de golpe de Estado bien podría tener inesperadas consecuencias positivas. Al menos, está sirviendo para que el mundo preste atención a lo que sucede en este país, un Estado fallido incapaz de detener el caos y la violencia que sufren sus habitantes, mientras múltiples guerrillas arramplan con sus riquezas naturales a beneficio de terceros estados o grandes multinacionales. La situación es particularmente tensa en el este, donde el M23, la guerrilla patrocinada por Ruanda, tiene rodeada la ciudad de Goma. Desde hace meses se viene alertando del peligro real de una tercera guerra regional, como las que, desde los años 90, causaron alrededor de cinco millones de muertos. La inoperancia del ejército congoleño es lo que ha frenado hasta ahora la escalada, pero esa debilidad facilita que otros grupos armados actúen cada vez con mayor impunidad, un polvorín que en cualquier momento podría estallar. En 2012, cuando el M23 estuvo a punto de tomar Goma., EE.UU. y varios países europeos reaccionaron retirando las ayudas y apoyos a Ruanda. Lo que ha cambiado es que Ruanda es hoy percibida como el único socio fiable en la región. Esto ha llevado a las cancillerías occidentales a mirar durante meses hacia otro lado, incluso mientras se repiten los ataques contra la Misión de las Naciones Unidas. La situación se está volviendo a marchas forzadas inmanejable. Tal vez ajeno a los sucesos en Goma, el fallido golpe de Estado podría ser esa puntilla que obligue de una vez al mundo a reaccionar.