El Ejército israelí ha vuelto a realizar una incursión en el hospital Al Shifa. Las posibles dudas sobre la justificación estratégica de una acción contra un centro en el que se refugian 30.000 personas quedaron de antemano neutralizadas por el propio primer ministro. Benjamin Netanyahu puso las operaciones llevadas a cabo en el principal hospital como ejemplo de que Israel, pese a la crítica internacional, seguirá adelante con la ofensiva terrestre contra Rafah, la región en el sur de Gaza en la que se concentran, huyendo de la guerra, unas tres cuartas partes de la población de la Franja. La UE protesta. Líderes poco dados a cuestionar en voz alta a Israel, como la presidenta Von der Leyen o el canciller alemán, Olaf Scholz, están diciendo “basta”. Desde el otro lado del Atlántico, Joe Biden empieza a perder la paciencia. Son más de 30.000 víctimas mortales en un conflicto repleto de acciones difíciles de justificar.

Los ataques terroristas del 7 de octubre tal vez hayan fracasado en el intento de provocar un conflicto regional. En lo que sin duda ha tenido éxito, Hamás ha sido en el objetivo de romper la inercia que estaba conduciendo a una normalización de las relaciones de Israel con el mundo árabe. A que Israel fuera por fin percibido como un país normal, sin el cuestionamiento permanente de su derecho a existir. Más pronto que tarde, Benjamin Netanyahu tendrá que dejar paso a un nuevo liderazgo, pero el daño que le está produciendo a Israel durará probablemente décadas.