En el debate público español se ha vuelto a hablar en las últimas semanas de libertad, lo que siempre es interesante. Hay una dimensión de la libertad que se refiere a poder elegir o ejercer los derechos fundamentales sin que el Estado los limite. Esa libertad es esencial, y hay que subrayarla después de que en los últimos meses algunos hayan defendido el modelo chino.

Pero la libertad está vinculada también a las capacidades efectivas de las que disponen las personas para alcanzar una vida buena. Si de esta crisis volvemos a salir con menos oportunidades laborales para los jóvenes, con peores contratos, con una bolsa grande de parados de larga duración que no han podido reciclarse en la economía digital, saldremos menos libres. Libertad e igualdad de oportunidades están indisolublemente unidas.

Cuando la recuperación económica se concrete, volveremos a contar con los niveles de renta media o de producción de los que disfrutábamos antes de que llegara el virus. Pero tendremos también que reconquistar y mejorar las oportunidades reales que tenía Europa antes de la pandemia para hablar de mercados realmente eficientes. Y esas oportunidades dependen de bienes públicos como la sanidad, la educación o el medioambiente. La mejora de la vida social no se puede medir solo en términos de PIB.

La intervención del Estado es necesaria para favorecer la igualdad de oportunidades, lo que hay que exigirle es que sea eficiente, que no imponga un modo de ver las cosas, y que cuente con las iniciativas que nacen de la sociedad.