La España que reúne

El vicepresidente del Gobierno es el protagonista de un manifiesto que con el título «Cesar en la infamia: Pablo Iglesias debe ser destituido» lleva la rúbrica de 185 españoles de ámbitos y procedencias muy diversas. Le piden al presidente Sánchez que destituya a quien desde el seno del Ejecutivo trabaja día a día por socavar las instituciones del Estado, comenzando por el propio Gobierno de España.

Pablo Iglesias alardea de subversivo mientras el presidente del Gobierno le disculpa como si de un adolescente mal educado se tratara. En realidad, como subrayan los firmantes del manifiesto, Iglesias es mucho más que eso. Es un demagogo que jamás hubiera alcanzado el poder por sus propios medios y que ha hecho de las instituciones un púlpito desde el que predica el frentismo y combate el modelo constitucional. Durante casi cuarenta años la clase política española ha dado muestras de lo bueno y lo malo de la condición humana. Pero lo que los españoles no habían alcanzado a conocer es “un político que no creyera en la dignidad democrática de su país y así lo aventara al mundo para afrenta de la ciudadanía y desprestigio del nombre de España. Un gobernante que se pusiera del lado del crimen".

Pablo Iglesias puede defender aquello en que crea, pero debe hacerlo desde la oposición, en igualdad de condiciones con el resto de las fuerzas políticas y como un ciudadano más. Hacer la revolución desde una poltrona oficial y con cargo a los presupuestos generales del Estado supone un cinismo insoportable.