El debate de la moción de censura ha terminado como estaba previsto: la derrota en soledad del candidato imposible, Santiago Abascal, y el refuerzo de la cohesión de la llamada coalición “Frankenstein” que sostiene al gobierno de Sánchez. En algunos momentos la moción parecía una mera expresión de desahogo ante una situación política cada día más crispada e inquietante.

Flota en el aire la pregunta sobre si Sánchez será capaz de sacudirse las exigencias anticonstitucionales de sus socios y abrirse a buscar todas las posibilidades de diálogo con el Partido Popular. Lo veremos muy pronto con la renovación del Consejo General del Poder Judicial y con el cercano debate sobre los presupuestos generales del Estado, dos temas que han encendido todas las alarmas del Consejo de Europa. Lo más deseable es recomponer el pacto constitucional y eso requiere el concurso de las principales fuerzas de la izquierda y de la derecha.

En todo caso, la responsabilidad de impedir una peligrosa escalada de la crispación recae en los dos principales partidos, PSOE y PP, pero sobre todo en el PSOE, que ha jugado con fuego estableciendo alianzas con los partidos antisistema. Caben pocas esperanzas, a la vista del patético documento firmado ayer junto a Bildu y la CUP entre otros.

Por su parte, el centro-derecha tiene por delante la ardua tarea de recuperar la confianza de una amplia mayoría social. Argumentos no faltan, pero la credibilidad política requiere un trabajo serio y riguroso, distante de caricaturas y soflamas. El discurso de Pablo Casado hoy puede ser un buen comienzo.