El Gobierno ha lanzado la idea de suprimir dentro de treinta años los automóviles movidos por gasolina, diésel, e incluso híbridos, y convertirse así en campeón mundial de la lucha contra la contaminación. Para ello se propone enviar al desguace a todo el parque automovilístico actual y sustituirlo por coches eléctricos que, paradójicamente, necesitarán una colosal producción de energía. Se supone que todo se andará porque la caja de sorpresas de Sánchez está en plena producción. De entrada tendrá que sacar de las carteras de los españoles unos cien mil millones de euros en los próximos diez años, adicionales a los impuestos que ya tiene pensados, para invertir en nuevos sistemas eléctricos ecológicos.

Habrá que ver si la industria automovilística, que genera casi el diez por ciento de los puestos de trabajo y del Producto Interior Bruto, está dispuesta a invertir miles de millones para cambiar sus plantas de producción por nuevos vehículos eléctricos. Las cosas se pueden hacer de otra manera. El gobierno francés acaba de anunciar un proyecto destinado también a reducir la contaminación, pero con medidas de transición ecológica más pensadas, con un agresivo “Plan Renove” de vehículos dotado con 40 millones de euros, o el cambio de las calderas de gasoil por otras menos contaminantes. Aquí, en cambio, estamos inmersos en una campaña electoral permanente que Sánchez ha convertido en una especie de espectáculo de magia.