La Unión Europea a través del Comisario de Exteriores, Josep Borrell, había negociado con el régimen venezolano el aplazamiento de las elecciones del próximo mes de diciembre.

El líder opositor, Henrique Capriles había defendido, frente a la línea del Presidente encargado Guaidó, que lo mejor, dadas las circunstancias, era presentarse a esas elecciones. Pero la maniobra ha salido estrepitosamente mal.

Maduro se niega a aceptar una misión internacional que fiscalice el proceso electoral, Capriles ha dado marcha atrás y Borrell ha fracasado en su intento de iniciar un proceso con el chavismo. El Comisario de Exteriores diseñó una estrategia y envió una misión a Caracas sin que tuviera conocimiento de ello la Presidenta de la Comisión.

La prudencia y la discreción necesarias en estos procesos no significan que no haya que informar debidamente a los órganos implicados. Y mucho menos puede hacerse al margen de la oposición, que en Venezuela sufre la persecución de la dictadura chavista.

Borrell puede explorar caminos, pero no puede diseñarlos sin el control y la fiscalización de las instituciones de la Unión. Por eso el Comisario deberá comparecer ante el Parlamento para dar explicaciones.

Lo peor, sin embargo, es que su proceder ha contribuido a una mayor división en la oposición y ha permitido al chavismo tomar un nuevo impulso. Habrá elecciones y, con toda seguridad, sin observadores imparciales.