El presidente del Gobierno ha rendido esta mañana cuentas en el Parlamento de lo que su Gobierno está haciendo ante los efectos devastadores de la pandemia. Con su habilidad para saltar hacia el futuro obviando el presente, y para hacer promesas que luego no siempre se cumplen, Sánchez ha anunciado un paquete de ayudas a la hostelería, el turismo, la restauración y el pequeño comercio de 11.000 millones de euros. Aunque no ha concretado bajo qué fórmula se entregarán esas ayudas, si de modo directo como en Alemania o Francia o como rebaja de impuestos, ha insistido en que su Ejecutivo ya ha comprometido el 20 por ciento del Producto Interior Bruto en un ejercicio de protección de la economía, según él, nunca visto.

No parece que la cantidad prometida sea suficiente para paliar los daños y alentar el proceso de recuperación, pero además no hay garantía de que se cumplan esos compromisos. Como se ha podido comprobar en el caso del Ingreso Mínimo Vital, una de las medidas estrella del Gobierno de Sánchez, la ejecución de esta ayuda ha terminado siendo un fracaso descomunal. El Gobierno ha recibido un millón cien mil solicitudes y solo ha aprobado una de cada diez, rechazando el noventa por ciento de las reclamaciones. A estas alturas de la crisis convendría que Pedro Sánchez abandone una forma de hacer política basada en la publicidad y en la demagogia, y diseñe con ayuda de expertos independientes un plan realista y solvente para que la economía española atraviese esta crisis sin precedentes.