Si hay un lugar espectacular en Segovia, además de su acueducto milenario, ese es El Alcázar, también conocido como “proa de Castilla”, asomándose desde lo alto, como un enorme barco, al río Eresma y al arroyo Clamores, que bañan sus pies.

Sus muros han sido testigos de parte de nuestra historia, guardianes de intrigas que llevaron a algún duque a la oscuridad de sus viejas mazmorras; de la ostentosa algarabía, de cuando fue palacio real y lo mismo era residencia de reyes que se convertía en escenario de sus bodas, como ocurrió con Felipe II y Ana de Austria y, todavía hoy, se puede sentir la marcialidad de su tiempo de escuela de artillería y museo del ejército.

Por muchas veces que lo visitemos, nunca dejará de sorprendernos, porque todo el edificio está impregnado por el halo de la historia, la sencillez marcial y una gran dosis de leyenda y misterio que lo han convertido en uno de los edificios más visitados de España y dicen que también fuente de inspiración para los castillos de Disney.

Donde hoy encontramos salas llenas de vitrinas que nos muestran retazos de historia, estaba antes el legado de siglos donde el tiempo, directamente lo había depositado.

Aunque las últimas remodelaciones lo han vuelto más funcional, todavía podemos imaginar a Isabel la Católica saliendo de aquí, para ser coronada Reina de Castilla un gélido 13 de diciembre.

En los límites de la historia, se cuenta que, desde uno de los balcones del Salón de Reyes, se le cayó de los brazos a la cuidadora, el Infante Don Pedro y añaden que ella, enloquecida por no haberlo podido evitar, terminó precipitándose también desde el mismo lugar.

Durante mucho tiempo, los historiadores sostuvieron y el aspecto exterior de la tumba del Infante parecía indicar que esa muerte formaba parte de la leyenda porque el pequeño tendría unos 12 años y su muerte habría sido un accidente cuando se encontraba jugando. Hoy, sabemos que lo que se consideraba leyenda no era tal porque, abierta la tumba de don Pedro, se hace realidad al comprobar que los restos óseos y las vestimentas que contenía correspondían en realidad a un bebé de pocos meses.

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En ese fascinante pozo de sorpresas que es el Alcázar, resulta muy fácil imaginar a Alfonso X El Sabio, observando las estrellas desde la torre más alta y, desde su arrogancia, provocando a las autoridades eclesiásticas al asegurar que, si él hubiera creado el mundo, habría hecho algunas cosas de manera diferente.

Hoy, El Alcázar, recortándose espectacular y hermoso contra el horizonte, se ha convertido en un espectacular museo moderno, pero que conserva el poso de lo antiguo, desafiando al tiempo, con angostas escaleras que lo mismo se convierten en ascenso hacia una torre en la que echar una moneda en el pozo de la suerte o que descienden, lúgubres, hasta lugares inaccesibles, a pasillos interminables que desembocan en la base del foso y otros que llevan a fascinantes pasadizos secretos por los que dicen que se deslizaban reyes y nobles buscando salidas o entradas discretas desde puertas camufladas, unas puertas ahora ocultas tras pesados cortinajes. Un lugar con tanta belleza e historia como fascinantes y misteriosas historias.