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Irene Vallejo: “Habíamos subestimado el amor a los libros”

Patricia Crespo y Carmen Sigüenza

Agencia EFE

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 13:41

Patricia Crespo y Carmen Sigüenza

Con más de 400.000 ejemplares vendidos, 41 ediciones y traducida a 32 idiomas, el Infinito en un Junco se ha erigido como fenómeno literario, una insensatez en forma de ensayo de 400 páginas que nació como el más loco de todos los proyectos, y que para su autora, Irene Vallejo, muestra que habíamos subestimado el amor a los libros.

Nada más llegar a la Feria del Libro de Madrid, donde por primera vez acude para firmar ejemplares, Vallejo (Zaragoza, 1979) repasa en una entrevista con EFE cómo se gestó la obra, cómo está viviendo el éxito que nadie supo augurar y qué es la tribu del libro que ha aflorado alrededor de El infinito en un junco.

Pregunta.- ¿Cómo se lleva un éxito de estas características?

Respuesta.- Sigo sumida en la incredulidad. Un ensayo de una extensión de más de cuatrocientas páginas sobre el mundo clásico y las humanidades, que todo el mundo nos decía que no tienen interés, parecía el más loco de todos los proyectos (...). No contábamos con tanta gente que después de todo, sí valora los libros y la literatura, la historia e incluso la filosofía, el pensamiento, todas esas cosas que nos dicen que se agotan y, sin embargo, demuestran tener una vitalidad perenne, infinita.

P.- Ante un libro que no es fácil de leer, ya que a pesar de su buen ritmo, requiere concentración, ¿cómo explica que se haya convertido en ese fenómeno global y haya llegado a tanta gente? ¿Estamos quizás, sobre todo aquí en Occidente, ávidos de referencias de nuestra historia y de nuestra cultura, en las que poder anclarnos en momentos como estos?

R.- Yo creo que sí, o el libro me ha hecho confiar en que sí. La sociedad condena o arrincona a las humanidades y la gente siente necesidad de conocer su pasado, de relacionarse con las generaciones anteriores, de ver cómo hemos llegado a ser quienes somos. Quizá alrededor de El infinito en un junco ha aflorado una comunidad, una tribu del libro, que en estos últimos años ha estado escuchando todas estas profecías tan apocalípticas y que de alguna manera se revelan con el entusiasmo y con la pasión que se demuestra también en esta feria cuando vemos que la gente tiene que esperar una hora o más y lo hace con tal de pasear entre los libros, tocarlos, acariciarlos o tener unos minutos de conversación con sus autores.

Quizá lo habíamos subestimado todo, todo este entusiasmo, este amor por los libros () que permite que la literatura, la enseñanza y las ideas más valiosas se salven y pasen de generación en generación.

P.- ¿Fueron los libros en esas semanas de confinamiento la llave para salir de la prisión en la que nos encerraba la pandemia, hundidos en la sobreinformación y el miedo?

R.- Bueno, no la única, pero fue una de las llaves. Realmente los libros allí demostraron que, como decía Umberto Eco, son objetos casi perfectos.

Hemos visto que al llegar una catástrofe de verdad, hemos vuelto a buscar el abrazo de las páginas (...). Durante el confinamiento han sido auténticos compañeros. Estábamos tan absortos y saturados de tragedia que lo que necesitábamos era que nos aliviasen, que nos sacasen de la realidad. Y eso los libros lo han hecho en una conversación fluida, amable, paciente y sosegada, que creo que ha sido sanadora para mucha gente. Y en ese sentido sí que han sanado almas durante esta pandemia.

P.- Antes le preguntaba por la explicación a este fenómeno único. ¿Cuántos años ha tardado en crear El infinito en un junco?

R.- Cuatro años de investigación durante el periodo de mi tesis, que luego transformé radicalmente en un ensayo literario. Tres años más de transformación de ese material, de búsqueda de esa historia, cómo narrarla, la fluidez, el tránsito, el sentido del humor, el encadenamiento de historias, esa estructura tipo Sherezade en Las mil y una noches. Han sido en realidad en distintas etapas de mi vida, siete años y un año trabajando con mis editores para pulirlo y reducirlo (), así que en realidad, ocho años... y toda una vida.

P.- Se declara mitómana empedernida, enamorada de Homero ¿Qué mito le sugiere la situación actual en la que está la sociedad actual?

R.- Hay una historia que me impresiona (...), que es sobre un enfermo al que los griegos abandonan en una isla para que no estorbe al resto del ejército cuando van a atacar tierra y está enfermo, que se llama Filoctetes. Sófocles escribió una tragedia con su nombre, Phil, en la que habla precisamente de la soledad que se siente frente a la enfermedad. Yo creo que eso ha sido quizá lo más terrible de este periodo, la soledad de los enfermos y la imposibilidad de las familias de estar con los suyos en esos momentos tan duros.

Por suerte, nuestros equipos médicos han resuelto o han suplido en la medida de lo posible, y eso ha sido increíblemente humano y emocionante.

P.- Mario Vargas Llosa contaba, como anécdota, que hacía pequeños chantajes en forma de monedas a sus hijos cuando eran pequeños para que leyeran y así generar en ellos el amor a los libros. ¿Cómo inculcar en los niños el hábito de la lectura?

R.- Hay sobre todo dos aspectos importantes. Primero que nos vean leer a nosotros, a los adultos, porque solo si ellos ven que realmente nosotros amamos los libros pueden sentir curiosidad. Y el segundo, en el que yo más confianza tengo, y es el que practico con mi hijo de 7 años, es leer por las noches, todos los días un cuento.

P.- ¿Qué le parecen las traducciones a su libro?

Estoy trabajando con los traductores (al italiano y al francés) que muchas veces me envían dudas. Es una relación muy bonita porque al final es un diálogo entre escritores y el traductor es un escritor muy especial porque es un escritor que vuelca su talento en la obra de otro. Eso me parece tan generoso que una maravilla.

La verdad es que estoy muy contenta porque es otra melodía. Es otra música para mis palabras y casi siento como si leyera desde fuera mi propio libro.

Es interesante cómo a pesar de que sea otro idioma, otra cultura, esa misma sensación de comunidad persiste y la gente también siente que nos une un vínculo de palabras que está por encima de los idiomas y por encima de las fronteras.

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