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...Y Chicho Ibáñez Serrador me llamó gorda

La periodista de COPE, Ana Luisa Pombo, cuenta cómo era Chicho para los que tuvieron la suerte de conocerle personalmente

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Ana Luisa Pombo

Redactora Jefa

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 23:55

Yo tenía 18 años y quería comerme el mundo. Recién llegada a Madrid, mi primera entrevista se la hice a Chicho Ibáñez Serrador, entonces en la cúspide de su carrera. Lo preparé todo a conciencia porque era mi primera incursión en el mundo de los famosos y porque entrevistar a Chicho, al hombre que, cuando yo era pequeña, me hacía mirar debajo de la cama para comprobar que no había ningún peligro como los que él nos mostraba en sus “Historias para no dormir” era todo un lujo. 

La cita fue en un despacho que él tenía entonces en plena calle Serrano. Al entrar, Chicho salió de detrás de su mesa, me plantó dos besos, se me quedó mirando y muy serio me espetó: “Con 18 años, con esa sonrisa y esa cara, ¿alguna vez has pensado que estarías cañón con diez kilos menos?”. Me quería morir. El hombre más importante de la televisión me acababa de llamar gorda, así, sin anestesia ni nada.

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Apabullada por el puyazo que me acababa de dar pero con la osadía de la juventud y la mala uva que me empezaba a aflorar, le respondí: “¿se ha preguntado usted con qué moral voy a afrontar yo ahora su entrevista?". Diana Nauta, que poco después se convertiría en su esposa, testigo de la escena, soltó el bolso que llevaba en la mano y se puso a aplaudir mientras Chicho, mirándola de reojo, volvía a su sitio detrás de la mesa y, encendiendo un puro, con la sonrisa torcida que lo caracterizaba concluyó: “Al final los kilos no importan tanto. Lo bueno es que tienes carácter”. 

Años más tarde, los dos nos partíamos de la risa recordándolo, mientras yo le decía, medio en broma medio en serio, que nunca le perdonaría que nada más conocerme me hubiera llamado gorda y él se defendía diciendo que no habría sido para tanto puesto que no me veía traumatizada ya que, a pesar del tiempo transcurrido, mantenía esos diez kilos “como si fueran de oro”. Para entonces ya eran más, pero, ya sea por generosidad o para no probar aquel carácter que él vaticinó y que había ido a más, lo dejó siempre en diez. 

Lo cierto es que, a pesar del descoloque, salí moderadamente airosa de aquella primera entrevista y me gané el respeto generoso de Chicho con quien llegué a tener una buena relación hasta que con el tiempo y las circunstancias nos fuimos distanciando pero con el que compartí muchas tardes en el hipódromo y en el bingo y a quién tranquilizaba cuando me hablaba de sus males, porque Chicho, fue un hipocondriaco con una excelente salud de hierro. 

Chicho, era, además, un hombre extraordinariamente culto, divertido y entrañable. Las horas volaban escuchándolo hablar, a pesar del tufo de aquellos puros a los que, al final, terminó renunciando. 

Tuvo éxito en el cine, no hay más que recordar “La residencia” o “¿Quién puede matar a un niño?”, pero donde lo consiguió todo, fue en la televisión que lo aupó al podio más alto, aunque vivió con amargura el ostracismo al que terminaron condenándolo algunos ignorantes que consiguen un cargo a dedo y se creen más sabios que nadie.

Tener la oportunidad de hacer otro gran programa como el “Un, dos, tres...”, fue uno de sus dos sueños, que yo sepa, incumplidos; el otro era terminar sus días en alguna isla paradisiaca de los Mares del Sur. Se le encendía la mirada cuando hablaba de ello; quería disfrutar de la belleza de sus paisajes y de sus mujeres porque la belleza femenina lo encandilaba hasta el punto de reconocer que era un mujeriego incorregible; quería vivir allí para dejar la puerta de su casa abierta sin peligro, coger lo que necesitara en la tienda y reponerlo cuando tuviera oportunidad, sin que las responsabilidades y el tiempo le pasaran cuenta

Hoy, ya no podremos deleitarnos con ese programa que soñó y que nunca hizo realidad pero seguramente habrá cumplido con creces su otro sueño y ahora, su mirada curiosa, escrutadora e inteligente, se estará recreando en la belleza de sus gentes y disfrutando sin cortapisas de la inmensidad de sus alabados Mares del Sur.

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