El acuerdo de último minuto entre el PSOE y el partido de Puigdemont para designar presidenta del Congreso a la catalanista Francine Armengol, abre la puerta a una de las legislaturas más tenebrosas desde la aprobación de la Constitución en 1978.

Se ha hecho así realidad el viejo aforismo de que cuando los fuertes no se ponen de acuerdo son los débiles los que se imponen. Pedro Sánchez ha elegido abiertamente la renovación de su alianza con los enemigos de España frente a un posible un acuerdo con el Partido Popular. En este sentido no hay ninguna sorpresa, tal y como se vislumbraba desde que Sánchez descartó que gobernase el país a lista más votada.

Así las cosas, a menos que surja una sorpresa de último momento, hay que prepararse para una repetición del gobierno "Frankestein" y a una aventurada vuelta de tuerca a las reclamaciones de los independentistas que Sánchez se verá obligado a cumplir: desde el uso de las lenguas vernáculas en el Parlamento como mínima concesión, a las máximas reivindicaciones de los golpìstas catalanes, es decir la amnistía y, probablemente, una reforma encubierta de la Constitución para dar paso a una consulta más o menos camuflada sobre la independencia de Cataluña.

Obviamente, esta última condición, puesta por Puigdemont desde que se iniciaron las negociaciones, no la puede cumplir Sánchez abiertamente, pero de su ambición de poder puede esperarse cualquier argucia. Al Partido Popular le queda ejercer con contundencia su mayoría en el Senado y, por supuesto una labor de oposición que prepare a la sociedad para unas nuevas eleccions a mitad de la legislatura, si es que se llega a consumar la alianza con los débiles, que ahora son más fuertes que nunca.