El secreto mejor guardado del megalitismo en Sevilla: una tumba milenaria llena de misterios
El Tholos de Montelirio, con más de 4.800 años de antigüedad, guarda pistas sobre la estructura social, ideológica y funeraria de las primeras comunidades jerarquizadas.
Madrid - Publicado el
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El Tholos de Montelirio, situado en Castilleja de Guzmán (Sevilla), es uno de los monumentos megalíticos más singulares de la Península Ibérica. Construido entre los años 2900 y 2800 a. C., durante la Edad del Cobre, está formado por un corredor de casi 38 metros de longitud y dos cámaras circulares, una de 4,75 metros de diámetro y otra más pequeña de 2,75. Todo ello cubierto por un túmulo artificial de 75 metros de diámetro.
La estructura destaca por su complejidad arquitectónica, al incorporar cúpulas de margas y arcilla, así como por el uso de lajas de pizarra no locales. Muchas de estas piedras estaban pintadas con pigmentos rojos, como óxido de hierro y cinabrio, lo que apunta a una fuerte carga simbólica y ritual.
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Tesoros de marfil, ámbar y oro en el corazón del tholos
Durante las excavaciones, arqueólogos descubrieron un conjunto excepcional de objetos fabricados en materiales exóticos. El marfil es protagonista absoluto, con 159 piezas: peinetas, figurillas de animales y bellotas talladas. A ello se suma el hallazgo de la mayor colección de ámbar de la prehistoria reciente en la Península Ibérica, con más de 250 cuentas y colgantes.
También se recuperaron fragmentos de láminas de oro, objetos líticos sin usar (hechos en sílex, cristal de roca o milonitas), cerámica fragmentada y piezas de hueso trabajadas. Un hallazgo llamativo fue un conjunto textil formado por aproximadamente un millón de cuentas discoidales, que probablemente formaban parte de elaborados vestidos rituales.
22 cuerpos, la mayoría mujeres, en posiciones rituales
En la cámara grande se identificaron al menos 20 individuos enterrados, mientras que en la cámara pequeña el contexto estaba más alterado. Sorprende que al menos 12 de los cuerpos fueran de mujeres, algunas dispuestas en decúbito lateral con extremidades flexionadas, posiblemente siguiendo un patrón ritual.
Los arqueólogos interpretan el Tholos de Montelirio como un espacio funerario, religioso e ideológico. Su riqueza material y simbólica sugiere que servía a comunidades jerarquizadas, tal vez gobernadas por élites femeninas, como parte de una estructura social de tipo jefatura.
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