Un pescador gallego tropieza con una vasija rota en la playa y descubre una joya de oro de 3.000 años que nadie esperaba encontrar

Fue hallado por casualidad, enterrado junto al mar y dentro de una vasija rota. El Casco de Leiro, una joya de oro de la Edad del Bronce, sigue desconcertando a los arqueólogos

John Baran


Laura Palomo

Madrid - Publicado el

3 min lectura

Un hallazgo fortuito que cambió la historia

El 7 de abril de 1976, José Vicente Somoza, un pescador gallego, preparaba un cobertizo junto a la playa de Leiro, en Rianxo (A Coruña), cuando su pala golpeó una tosca vasija de barro. Al romperse, dejó al descubierto un objeto dorado que cambiaría para siempre el conocimiento sobre la Edad del Bronce en Galicia: el hoy conocido Casco de Leiro.

Se trata de una pieza semiesférica, elaborada a partir de una sola lámina de oro martillado, con un peso de 270 gramos, 19,5 centímetros de diámetro y 15 centímetros de alto. Su superficie está cubierta por una decoración repujada en bandas de círculos concéntricos y pequeñas protuberancias, en un patrón tan meticuloso como simbólico. La punta superior, plana y en forma de cono truncado, añade un elemento que muchos relacionan con funciones rituales o representativas.

Desde el primer momento, su singularidad fue evidente. El lugar del hallazgo, el Curruncho dos Porcos, se encuentra frente a la Ría de Arousa, dentro del sistema fluvial del Ulla, un corredor natural que conectaba el litoral atlántico con el interior de Galicia desde tiempos prehistóricos. El casco fue entregado a las autoridades y hoy se conserva en el Museo Arqueológico e Histórico del Castillo de San Antón, en A Coruña.

¿Casco, cuenco, corona... o algo más?

Aunque se lo denomina “casco”, su diseño no parece responder a un uso bélico. Carece de refuerzos y no se ajusta adecuadamente a la cabeza. ¿Entonces, para qué se fabricó? La hipótesis más aceptada hoy es que se trata de un objeto ceremonial, quizá un cuenco ritual invertido o un símbolo de autoridad.

El casco guarda paralelismos decorativos con otros hallazgos europeos, como los sombreros cónicos dorados de Alemania (tipo Schifferstadt), la corona irlandesa de Comerford o los cuencos de oro de Axtroki (Guipúzcoa) y el Tesoro de Villena (Alicante). Todos ellos comparten el uso de oro trabajado con técnicas complejas y patrones astrales, lo que refuerza la idea de que estos objetos estaban ligados a rituales solares o a cultos religiosos.

Su hallazgo dentro de una vasija de barro y enterrado intencionadamente refuerza aún más esta visión. No parece un simple escondite, sino una ofrenda cuidadosamente preparada. Además, estudios posteriores han confirmado que la zona está llena de indicios prehistóricos: petroglifos, necrópolis, armas rituales e incluso figuras humanas grabadas con los brazos alzados.

Una joya silenciosa que habla de una Galicia ancestral

Durante años se pensó que el Casco de Leiro era un hallazgo aislado. Sin embargo, descubrimientos posteriores en la misma área —como puñales, alabardas o espadas en el río Ulla— han revelado un territorio rico en actividad ritual y comercial desde el final de la Edad del Bronce, entre los siglos XI y VIII a.C.

Según los expertos, el casco pudo ser enterrado tras cumplir su función simbólica. Su apéndice superior, quizá usado para sujetarlo o exponerlo, estaba inutilizado, y su superficie cubierta de sedimentos rojizos. Todo indica que no fue escondido para ser recuperado, sino depositado como parte de un rito. Un último acto con significado.

Hoy, el Casco de Leiro no es el objeto más imponente del museo donde se exhibe, pero sí uno de los más enigmáticos. En su forma sencilla y decorada con precisión, encierra una historia de poder, espiritualidad y conexión con el entorno natural que aún nos cuesta descifrar. Habla de una Galicia sabia y artística, que trabajaba el oro cuando buena parte de Europa aún emergía del Neolítico.

Y aunque no sepamos con certeza qué fue o para qué sirvió, sigue brillando como símbolo de un pasado olvidado, como una voz antigua que espera ser comprendida.

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