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La unión de la Virgen al Señor siempre se da. Especialmente en los momentos más importantes de la Salvación. Si ayer vivíamos la Exaltación de la Santa Cruz hoy, Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, la Liturgia, nos propone a Nuestra Señora la Virgen de los Dolores.
El Apóstol San Juan en su Evangelio destaca la presencia de María junto a la Cruz de Cristo. Así, con su inmenso amor y dolor de Madre, se une al Hijo en sus sufrimientos y padecimientos en bien de la salvación de la humanidad. Es por ello, por lo que recibe el título de Corredentora.
La representación de la Virgen al pie de la Cruz, ha sido un aliciente para los creyentes, quienes, descubren el valor de la redención y la malicia del pecado. María, que nos muestra en su regazo al Niño Jesús, fruto bendito de su vientre, se nos presenta también como abogada, ante el Hijo, que no cesa de ofrecerse por nosotros y entra, de una vez para siempre, en el Tabernáculo del Padre. A la que Simeón profetizó que una espada atravesaría su alma, hoy la vemos fiel al Plan de Salvación. Bajo tu protección nos acogemos Santa Madre de Dios.
En la Edad Media se celebraban los Cinco gozos de la Virgen, a los que se añadió los Cinco Dolores camino del Calvario, difusión llevada a cabo por los frailes servitas cada tercer domingo de septiembre.
La celebración se originó en Colonia en el siglo XV y en 1727 se propagó por toda la Iglesia bajo el Nombre de los Siete Dolores, hasta llegar así a la Fiesta de nuestros días. En 1814 el Papa Pío VII la puso definitivamente el 15 de septiembre, unido a la Exaltación de la Santa Cruz.