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La importancia de la palabra para predicar la Palabra siempre ha estado presente en aquellos Santos que oraron, profundizaron, estudiaron y explicaron a las almas. Hoy celebramos a San Juan Crisóstomo. Fue un verdadero erudito de la Palabra de Dios.
Nacido en Antioquía hacia el año 349, su madre fue una mujer de probada virtud cristiana que dio esta educación a su hijo. Tras estudiar retórica con Libanus, el mejor orador de aquel momento, en plena juventud, decide llevar una vida de anacoreta en las montañas. No obstante, su mala salud le hace volver a su tierra natal. Allí se ordenaría sacerdote, gozando de una gran capacidad de oratoria y retórica.
Precisamente por eso, con el tiempo, recibiría el sobrenombre de Crisóstomo, que significa en griego “boca de oro”, debido a las palabras que salían de su boca. Posteriormente fue elegido Obispo de Constantinopla, servicio ministerial que desempeñó con ejemplaridad, ejerciendo diversas reformas tanto en el clero como en los fieles, a fin de potenciar la vida espiritual.
Buscando siempre como único objetivo decir la verdad, esto repercutió profundamente en su situación, sufriendo el destierro dos veces, y siendo enviado a la periferia del Imperio en otras ocasiones. Entre sus enemigos se encontraban Teófilo, patriarca de Alejandría, que se arrepintió antes de morir, y la emperatriz Eudoxia. A pesar de todo esto, contó siempre con el apoyo del Papa, que le confortó ante los sufrimientos. San Juan Crisóstomo muere el año 407.