Santoral

San Juan, ermitaño de Dios en la contemplación

Muchos Santos descubrieron el amor de Dios en un abandono total, desprendidos de todo el mundo en clave desértica y de profundización interior. Hoy es la conmemoración del ermitaño San Juan, cuya realidad fue alabar a Dios en el silencio como testimonio para los otros. Nace en Licópolis – hoy Asiut- a comienzos del siglo IV. La mayor parte de su vida estuvo en Tebaida, dedicado a la oración y la penitencia.

Tras una juventud en el ejercicio de la carpintería, oficio que aprendió de su humilde familia, se pone en manos de un monje que orientará a la austeridad en busca de Cristo. Alimentado de hierbas y frutos silvestres, duerme poco y dedica muchos ratos a expiar sus pecados, con una profundización que impresionaba a quienes le veían hasta el punto de intentar imitarle. Así alcanzarían la perfección desde Dios

Toda la gente que le conoce coincide en su sencillez, además de una alegría desbordante que desprende contagiando de esperanza. Su ayuno es algo que va dentro de su corazón, sin ningún tipo de alarde, siguiendo el mandato evangélico que pide a quienes ayunen que se perfumen y se laven para que sólo lo note el Padre del Cielo. Con el tiempo acudirán a él otras muchas personas que se sienten tocadas por la Providencia a la conversión y al cambio.

No faltan personas que van en busca de consejo y ayuda espiritual. Entre ellos se encuentran algunos militares, así como legados que envía el propio Emperador Teodosio. Con el paso del tiempo, el monje Evagrio del ponto y su discípulo Paladio van a visitarle. Tras una cálida acogida, profetiza a Paladio su inminente elección como Obispo, así como las cruces que sufrirá. Después de casi ocho décadas en el desierto, el ermitaño San Juan morirá en el año 394.


dd/mm