SANTORAL 1 DIC

El platero que comenzó aleando metales y acabó forjando corazones para Dios

San Eloy era platero, y de los buenos. Tanto, que acabó trabajando en la corte real. Su Fe y caridad le llevarían a ser admirado y nombrado Obispo.

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Comenzamos el mes de diciembre y finalizamos el Año Litúrgico para dar paso mañana un nuevo Ciclo. Y comenzamos conmemorando a San Eloy. Su vida se desarrolla entre los siglos VI y VII. Su nacimiento deja una impronta de Fe en su vida. Aquí no entran predestinaciones ni nada parecido, sino la mano de Dios que lo acompaña y se nota que se complace en su siervo. Esto se manifestaba también en sus dotes humanas.

Todos veían que su inteligencia estaba adelantada a su edad. Poseía una mente muy precoz. Tampoco le faltaban el ingenio o las habilidades capaces de hacerle madurar para el trabajo que se le presentaba. Su gran destreza para tratar los metales en el fenómeno de la aleación saltó por todos los círculos de esa sociedad. Sobre todo, era un hombre muy diestro como platero.

El rey Clotario, hijo de Dagoberto y nieto de Clovis II, tuvieron noticias de esto. En cuanto pudieron, le llevaron a la corte a realizar ese trabajo tan complicado y artesanal. Aquí descubrieron en él, no sólo un hombre artesano, sino ante todo, un ser cabal, profundo y muy honrado. Esta bondad proviene de su espíritu recto y de su Fe cristiana. Su amor profundo por el silencio cuando está sólo le ayuda a buscar más a Dios y entrar en oración.

Eloy es un hombre que vive la caridad con el prójimo, aborrece todo lo que suponga enjuiciar a los demás, porque el Evangelio dice: “No juzguéis y no seréis juzgados. Con la misma vara que midáis, se os medirá”. En esto se fijó el rey Dagoberto cuando le pidió ayuda para solucionar su contencioso con el monarca de Bretaña. Ordenado sacerdote, y posteriormente Obispo, rigió durante sus últimos diecinueve años de vida al pueblo fiel con verdadero celo pastoral. 

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