Sábado Santo: La Fe de María, Mujer y Madre de Consuelo

Jesús Luis Sacristán García

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Todo a su tiempo se suele decir y es que lo bueno se hace esperar. Han sido cuarenta días de Cuaresma que preparaban al Triduo Pascual. Ya ha pasado el momento del Cenáculo. Atrás queda la Institución de la Eucaristía. El Señor después de convertir el Pan en su Cuerpo y el Vino en su Sangre ha salido al Huerto de Getsemaní. Ha sido traicionado, arrestado, negado, condenado, crucificado y sepultado. Atrás queda todo esto, pero la espera sigue en este Sábado Santo. Antaño se denominaba Sábado de Gloria por el sentido de celebrar la Vigilia por la mañana.

En la actualidad se acentúa el aguardar que llegue la medianoche para celebrar la Vigilia Pascual. Durante el día se vela el sepulcro de Cristo a la espera de la Resurrección. Hasta ese momento se conmemora, como dice el Credo, su descenso a los infiernos. Dicho Misterio recuerda que al morir para vencer la muerte baja al hades para encadenar al maligno que venció en el árbol del Edén y en el Árbol de la Cruz fue derrotado.

De la misma forma se fue hasta el Seno de Abrahán, lugar donde se encontraban todos los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento. Habían muerto esperando en el Señor, pero hasta que no surgiese la liberación del Redentor debían esperar. Pues esa Redención se había producido y ya el mismo Señor les abre personalmente las puertas del Cielo.

También es el día dedicado a la Virgen. De ahí parte la celebración en honor de la Señora los sábados, ya que cuando todos los discípulos estaban abatidos, Ella era la única que tuvo esa Fe y esperanza en que Cristo que, por Amor dio la vida en la Cruz, resucitaría como dijo. Ella la Madre de la Soledad en el Sábado, es la Madre esperanzada. Así queda la creación a la espera de la Victoria definitiva.

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