
Madrid - Publicado el
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Hoy, Domingo, XIX del Tiempo Ordinario, el Señor consuela a los discípulos para que entiendan que son herederos del Reino de Dios. Para eso tienen que sentirse queridos por Dios y no apegarse a las cosas meramente humanas. Hay que saber ser auténticos administradores que aspiran a las cosas de Dios mientras todo lo demás llega por añadidura.
Esta es la clave del siervo bueno y fiel que pide el Señor y que canta el Evangelio, alabándoles. Y en medio de este contexto, hoy también celebramos a San Lorenzo. Nacido en Jaca (Huesca), en el siglo III desde el principio quiere ir a Roma. Su objetivo es cuidar desde la Ciudad Eterna a todos los más desfavorecidos con un servicio directo al Pontífice.
Y lo consigue. Una vez allí, el Papa Sixto II le nombra asistente espiritual de los pobres. Pero en medio de su servicio a Dios y al prójimo, es detenido con el Papa y otros cristianos. El diácono sufrió el primero el martirio, a pesar de que le iban a matar el último. El motivo fue que el Emperador Valeriano le mandó que le trajese todos los tesoros de la Iglesia para requisarlos.
Tras varios días -tres concretamente-, Lorenzo apareció con todos los pobres y más desvalidos, asegurándole que esos eran los bienes de la Comunidad Eclesial. Al tomarlo como un gesto de burla, el César ordenó que fuese tostado en una parrilla, hasta morir.
Es de destacar su buen sentido del humor hasta el punto de que cuando estaba en el suplicio les digo a los que le quemaban: “Volvedme del otro lado porque de este ya estoy asado”. Su vida se hizo célebre en toda la cristiandad. Prueba de ello es que en el Medievo San Lorenzo fue Patrón de Roma, junto con San Pedro y San Pablo.





