El abrazo velado

Una nueva propuesta literaria de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC)

Juan Cerezo Soler

Tiempo de lectura: 2’

El abrazo velado (BAC, 2022), del profesor Enrique Bonete Perales, se inscribe con autoridad y sin complejos en aquel género de escritura vivencial religiosa que tanta fortuna alcanzó en siglos anteriores y que, por lo visto, aun hoy goza de buena salud si se atiende a las últimas entradas publicadas por la BAC.

Bien puede leerse como continuación, o ampliación, de su otro libro reciente, Conuna mujer cuando llega el fin (BAC, 2021) —texto escrito en verdadero estado de gracia y al que debemos reseña más sosegada— formando algo así como una suerte de compendio autobiográfico de quien, hasta hoy, había venido publicando sobre diversos asuntos de filosofía moral.

Aquí, el catedrático de altos vuelos que sin duda deja espacio al hombre, hecho de barro y presentado como tal, sin adornos, despojado de la gravedad que le dan a uno sus togas y birretes. El texto, fluido y ágil donde los haya, no quiere presentarse como autobiografía completa sino más bien como una selección de estampas hilvanadas por un acontecimiento fundamental, un hito muy concreto que, además, viene a dar título y sentido a todo el libro: el abrazo. Y es que a diferencia de otras autobiografías, en donde autor y protagonista se presentan bajo un halo de ejemplaridad y que tienen, las más de las veces, una finalidad concreta; esta parece más bien un desahogo íntimo, una confesión, un memorial escrito en la intimidad del hogar y que hoy, en un tremendo acto de generosidad, traspasa esta barrera para salir a la luz pública. Ello se deja ver en el estilo, que es sobrio, directo y sin flores retóricas que estorben el mensaje; pero también en el contenido: Enrique —permítasenos el tuteo, tal es la familiaridad que uno alcanza con él tras la lectura del libro— nos da acceso, con no poco pudor, a la trastienda más íntima de su alma. Se abre, literal y literariamente, en canal, presentándose sin empacho como alguien débil, por momentos egoísta y, quizá, hasta con un punto de orgullo, sí, pero también como alguien que ha sido bendecido, dotado de una extraordinaria sensibilidad, capaz de conmoverse hasta las lágrimas al contemplar todo lo vivido y con ganas de entonar, ahora que la nieve empieza a coronar sus cabellos, que efectivamente, «con esto, Señor, me habría bastado».


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