¿Qué pasaría si en vez de juzgarnos, nos ayudáramos y alabáramos los unos a los otros?

Una reflexión joven, del evangelio del domingo "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?"

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Jesucristo rompía los esquemas de la gente allá por donde pisaba. Y sigue haciéndolo hoy. Es increíble cómo el evangelio -con ya 2.000 años de edad- puede hablarnos también en la actualidad. Porque qué común es y qué fácil me resulta, criticar a los demás. Y qué mal sienta cuando me toca examinarme a mí mismo.

Nos pasa en el trabajo, con los amigos, en nuestra propia familia y también en la parroquia o en el equipo de fútbol. "Este tío es un vago.""Si es que nunca se apunta a los planes.""Nunca recoge su plato después de comer." "Este no sé ni a qué viene a misa." Es como que nos brota de muy dentro, no podemos evitarlo; quedas para tomar una cerveza o dar un paseo y acabas leyéndole la cartilla a todo el mundo.

Es parte de nuestro adn humano, y si no que se lo pregunten a Jesús hace 2.000 años. Él vio perfectamente que los que le rodeaban tenían el mismo problema. Somos de gatillo fácil a la hora de juzgar. Y su respuesta fue contundente y dura, pero tiene un significado y un mensaje precioso.

Efectivamente, sacamos errores de los demás con una facilidad pasmosa, pero a la hora de reconocer nuestras debilidades... nos cuesta un poco más. nos cuesta reconocer cuando fallamos, y muchas veces sin darnos cuenta, vemos los fallos de todos los demás menos los nuestros.

Y es una pena que 'el fallar' esté tan mal visto. Porque el error es el mejor maestro, y además nos ayuda a empatizar con los de los demás. Eso nos dice Jesús, que seamos capaces de ver "la viga" de nuestro ojo. Que seamos capaces de reconocer que tampoco nosotros somos perfectos (gracias a Dios).

Cómo cambiaría el mundo, si en vez de ver todo lo malo de los demás, y recordárselo constantemente, fuésemos capaces de ver esas cosas que hacen bien. Quedarnos con lo bueno en vez de con lo malo. Dios nos ha hecho así por un motivo. Él no se equivoca.

Y vivir cada día nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestra incapacidad; nos ayuda a ser más misericordiosos con los demás. ¿Quién soy yo, que soy tan sumamente desastre, para juzgar a esta persona?

Yo también me equivoco, yo también fallo, yo también sufro, yo también tengo mis circunstancias. ¿Qué sé yo de esta persona? Si en el fondo no sabemos absolutamente nada. ¿Qué pasa con la vida de esa persona a la que juzgamos? No sabemos lo que le ha pasado, lo que ha tenido que vivir, o porqué actúa así. 

Por lo tanto, de nuevo, hay que agradecerle a Dios ese mensaje del pasado, que nos da tres lecciones: no juzgar a los demás, es bueno reconocerse imperfecto y no nos juzguemos a nosotros mismos. A veces, somos nosotros mismos, los que dictamos sentencia sobre todo lo que hacen los demás y lo que hacemos nosootros mismos. y somos muy duros y exigentes. Pero aquí el único juez, el único que sabe, el único que 'juzga' es Dios.

Y un recordatorio. Él mismo pidió a Dios que perdonase a los que le estaban matando.

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