Abandonarse en las manos del Padre
Una reflexión sobre el libro del carmelita belga Wilfrid Stinissen (1927-2013), 'En tus manos, Padre. Encomendarnos al Dios que nos ama'

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Un amigo me recomendó un libro del carmelita belga Wilfrid Stinissen (1927-2013), 'En tus manos, Padre. Encomendarnos al Dios que nos ama' (Ed. Rialp). Mi lectura ha coincidido con el texto de una reciente audiencia de León XIV, del 26 de noviembre de 2025, una catequesis continuada sobre Jesucristo, nuestra Esperanza, en el año jubilar que está a punto de concluir. El papa recuerda una enfermedad difundida en nuestro mundo: la falta de confianza en la vida. En efecto, la angustia nunca se ha separado de la vida humana, pero hoy parece que se cierne implacablemente sobre los habitantes de un mundo altamente tecnificado, aunque privado de sentido. Las palabras de León XIV son muy esclarecedoras: “Sin esperanza la vida corre peligro de aparecer como un paréntesis entre dos noches eternas, una breve pausa entre el antes y el después de nuestro paso por la tierra. Esperar en la vida significa en cambio saborear la meta, creer como seguro aquello que no vemos, todavía no vemos ni tocamos, fiarse y confiarse en el amor de un Padre que nos ha creado porque nos ha querido con amor y nos quiere felices”.
La vida entre dos noches eternas. Así es la existencia para muchas personas, que no encuentran otro consuelo que placeres efímeros e insatisfactorios. Esto suele ser así porque la percepción de la vida se reduce a una incógnita o una amenaza. Por eso, hay una obsesión por la seguridad y un continuo deseo de desterrar el miedo. De esta mentalidad tampoco escapan muchos cristianos, lo que contribuye a encerrarlos en sí mismos. De ahí que el libro de Stinissen, caracterizado por su sencillez y brevedad, sea una llamada de atención para los creyentes. En sus páginas emerge la idea de abandono. La literatura espiritual nos hablado de ello a través de los siglos, pero quizás donde surgió con más fuerza fue en la 'Historia de un alma' de santa Teresa de Lisieux. La santa de la infancia espiritual, la del abandono en los brazos amorosos del Padre. En este sentido, el libro del carmelita Stinissen es heredero de la doctrina de esta gran santa del Carmelo.
No es fácil transmitir en el mundo de hoy las ideas de abandono en Dios o del cumplimiento de Su Voluntad. A muchos les da la impresión de que esto es incompatible con la libertad humana. No entienden la idea de filiación divina, no comprenden que si el Hijo les hace libres, serán realmente libres (Jn 8,36). Pero la fe (fides) se debilita si no hay confianza (fiducia). En el Padrenuestro se pide que se haga la Voluntad de Dios, pero si al hombre le da miedo pronunciar estas palabras, quizás esté cuestionando que Dios sea un Padre que quiere lo mejor para sus hijos.
Tampoco es casual que al comienzo del libro de Stinissen se inserte la oración del abandono de san Charles de Foucauld que termina con estas palabras: “Porque te amo, Dios mío, y necesito entregarme para abandonarme en tus manos, sin reserva, y con completa confianza, pues tú eres mi Padre”. En efecto, el autor de la obra nos habla de aceptar la voluntad de Dios. No se trata de fatalismo, resignación, apocamiento o como se le quiera llamar. Escribe Stinissen: “Quienes confían en que Dios lo guía todo nunca quedan frustrados. Si no consiguen algo, saben que no lo necesitan. Si están esperando algo y no sucede, concluyen que no les conviene”. Así es lo que el autor llama la dimensión pasiva del abandono, que nada tiene que ver con la pereza o la negligencia.
Hay una segunda etapa en el camino del abandono: obedecer la voluntad de Dios. Tampoco esto lo entienden algunas personas, pues creen que la existencia del cristiano se dividiría en un tiempo de obediencia y en otro de libertad. En este planteamiento está ausente la condición de hijos. Los hijos de Dios son libres. También lo son cuando obedecen a su Padre. Para obedecer, hay que escuchar. Escuchar la Palabra de Dios, a la Iglesia y al Espíritu Santo. Como dice Stinissen, “el Espíritu es un fuego dentro de nosotros”. Pero para percibir sus impulsos, hace falta una fundamental actitud de disponibilidad y apertura. Esa actitud se encuentra en María, la Madre del Señor.
Considera el autor que una total disponibilidad conlleva el desprendimiento. Esta actitud choca con la obsesión natural del hombre de anticiparse, decidir y hacer planes, lo que inevitablemente le conduce a la angustia. Por eso, el cristiano debe de tener paciencia y frenar su impulsividad. Con todo, como bien recuerda el autor, la paciencia está muy relacionada con vivir el momento presente. Utiliza una expresión muy certera: “El momento presente es el embajador de Dios”.
La tercera etapa del camino del abandono es ser instrumento de Dios, que Él mismo pueda hacer su voluntad a través de nosotros. Esta es una etapa en la que, según Stinissen, se da una curiosa circunstancia: “Llega un tiempo en que Dios se pasa desde delante hacia atrás, y resulta que desaparece de la luz. Ya no veo adonde estoy yendo. Dios está detrás de mí, y solo puedo hacer una cosa: dejarme empujar adelante”. Stinissen resume de forma muy sencilla que todo esto se reduce a una cuestión de amor: “Es mucho más fácil amar que no amar”. La tercera etapa es, en consecuencia, la de dejarse llevar por Dios, la de un mayor abandono en los brazos del Padre.





