Fe y confianza

La reflexión del Evangelio dominical nos recuerda que no tiene más fe quienes presumen de ella ya que la fe se hace realidad cuando vivimos para servir

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“El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por la fe” (Hab 2,4). En esa frase del profeta Habacuc se manifiesta con una cierta dureza que el final del malvado es la muerte. Sin embargo, el final del hombre que ha vivido en la justicia se abre a un panorama de vida. Su “fidelidad” a la voluntad del Señor le llevará a alcanzar la vida.

Así pues, la fe asegura que las promesas de Dios se cumplirán. Ante el aparente silencio de Dios, el creyente no pierde la esperanza. Dios no se deja ganar en generosidad.

Él mismo pide a sus hijos que no endurezcan el corazón, como hicieron los hebreos en el desierto, aunque habían visto las obras del Señor (Sal 94, 8-9). Dios no abandona a quien confía en Él. Esa convicción es válida en todo tiempo y lugar.

Con gratitud recordamos también nosotros las palabras con las que san Pablo advierte a su discípulo Timoteo: “Dios no nos ha dado un espiritu cobarde, sino un espíritu de energía, de amor y de buen juicio” (2 Tim 1,8).

Nuestra poca fe

El tema de la fe aparece también en el evangelio que hoy se proclama. En él se recuerda que los apóstoles se dirigen al Señor con una súplica que no ha perdido actualidad: “Auméntanos la fe” (Lc 17, 5). Muchos se preguntarán cómo puede aumentar la fe. Pues bien, esta petición nos ofrece algunas lecciones importantes.

• En primer lugar, parece que los apóstoles ya han llegado a comprender que la fe es un don gratuito de Dios. La sociedad de hoy deberá aprender que este don no se puede imponer y tampoco se debe impedir. En realiad, es necesario pedirlo de forma insistente y confiada. Pero al mismo tiempo, hay que esforzarse activamente en mantenerlo.

• Además, al escuchar esta petición de los apóstoles comprendemos que nuestra fe nunca podrá considerarse excesiva. De hecho, más de una vez Jesús dijo que sus discípulos eran “hombres de poca fe”. También nosotros tendremos que reconocer con humildad que nuestra fe es débil e incoherente, es bastante tristona y muy poco atrayente.

Mover la montaña

Este evangelio todavía incluye otra importante lección. Jesús dice que basta un granito de fe para trasladar una montaña. Trasladar la montaña significa dejar nuestro orgullo y convertirnos en siervos de los demás. Hay que aprender a decir: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10).

• “Somos unos pobres siervos”. No tienen más fe quienes presumen de ella. Tampoco se reduce la fe al cuidado con el que intentamos realizar los ritos sagrados o las ceremonias habituales de nuestro grupo o cofradía. La fe se hace realidad cuando nos dedicamos a servir con amor a nuestros hermanos, especialmete a los más necesitados.

• “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es verdad que a veces servimos a los demás esperando recibir un gesto de su gratitud o un premio de la sociedad. Olvidamos que Dios nos ha amado gratuitamente. Si nuestro servicio al prójimo es interesado nadie puede creer que nuestra fe puede mover las montañas.

Señor Jesús, también nosotros te pedimos: “Auméntanos la fe”. Danos la alegría para dar testimonio de ese don. Y la fidelidad para llevarlo a la vida de cada día. Con él podremos mover las montañas de la injusticia y la violencia, de las mentiras y la guerra.


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