Día 2 de convivencia: ¿Quieres ser santo? El deseo de santidad como fruto del amor a Dios y a las personas

En su segunda jornada, los jóvenes visitan las Hoces del río Duratón, donde conocen la historia del lugar. Por la tarde, rezan y celebran Misa ante la tumba de San Juan de la Cruz

Tiempo de lectura: 3’

Continuamos incorporados a la convivencia de jóvenes. Si bien el día de ayer se centró en el recogimiento para escuchar a Dios y entender la necesidad de una verdadera comunidad para avanzar en el camino a la santidad, hoy los jóvenes se marchan a montar en canoa.

Más allá de lo agradable que pueda sonar este plan en cuanto a disfrute veraniego, lo cierto es que los organizadores no han elegido este plan por casualidad. El plan tiene lugar en Hoces del río Duratón, un frondoso parque natural situado en la provincia de Segovia.

Mientras reman, los jóvenes profundizan cada vez más en la necesidad de otros para ser santos. No se puede avanzar hasta la meta de la santidad sin otros que impulsen y animen a lograr la meta, sino que es necesario el “sí” de compañeros que comparten ese deseo de entrega a Dios en lo que Él pida para sus vidas.

ctv-atp-piraguas


A esto se añade, con mayor profundidad, otro aspecto: al remar juntos, una persona confía a la otra su vida y la llegada a la meta. Si uno falla al momento de remar, ambos quedarán parados en el río o, aún peor, podría hacer que ambos cayeran de la barca. No es el caso en este ámbito, pero si el río albergará especies peligrosas en sus aguas, cualquier imprudencia pone en grave riesgo la vida del otro, además de la propia.

En resumen, aceptar seguir el camino acompañado exige asumir una responsabilidad con respecto a las vidas de los otros. La vida es un río lleno de bestias peligrosas, tanto en el ámbito físico como en el espiritual. Al final del camino, Dios pedirá cuentas a cada uno por los que se encontraban bajo su responsabilidad a nivel personal y espiritual. ¿Han llegado hasta el final del camino? ¿O, por el contrario, se han hundido y han sido devorados por las bestias del río fruto de la imprudencia o la negligencia de uno de los miembros de la embarcación? Esto, por supuesto, si el miembro que se ha quedado solo consigue llegar por sus propias fuerzas y no se ha hundido también por su misma imprudencia o por el ataque de algún demoníaco depredador.

Por contraparte, nada se compara a la alegría de haber llegado hasta la meta. Esta alegría se acentúa al comprobar que el compañero de la barca llega con uno e incluso, gracias al trabajo conjunto, las dos personas han podido ayudar a otras barcas que se hundían o no encontraban el camino al puerto.

De remar en el río a los pies de San Juan de la Cruz

Por la tarde, el grupo acude a Segovia para encontrarse con San Juan de la Cruz. El santo poeta les espera en la iglesia donde permanece sepultado. Allí, los muchachos tienen un rato de oración centrado en el deseo de la santidad, que se vive en el amor a Dios y al prójimo. De este amor vivido, se manifiesta la vocación, la llamada contreta en la que cada cual debe santificarse respondiendo con un "sí" generoso al Señor.

Después de un rato de oración, los jóvenes celebran la Misa ante los restos mortales del santo poeta. Se asocian de este modo al misterio de Amor que lleva a la entrega total de la vida por amor a Dios y a los demás.

ctv-ocr-san-juan-de-la-cruz2


Antes de marcharse, realizan una breve parada en el Santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla, situado a pocos metros del templo de San Juan de la Cruz. Este santuario, custodiado por la orden carmelita, cobra una gran importancia para estos jóvenes, ya que se trata de un lugar dedicado a la Virgen, a quien guardan especial cariño y devoción, como un hijo a su Madre.

La historia del santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla, patrona de Segovia, se remonta al siglo XIII. En las proximidades del santuario, encontramos un monumento en el que la cantiga 107 de Alfonso X el Sabio explica el origen esta particular devoción: “Santa María guardó de muerte a una judía que despeñaron en Segovia y, porque se encomendó a Ella, ni murió ni se hirió”. Fruto de estos sucesos, se decidió construir una pequeña ermita dedicada a la Virgen en el lugar donde cayó ilesa la muchacha judía, de nombre Esther.

Tras una reforma durante el siglo XVI, se decidió ampliar y construir un templo más grande. De este modo, Francisco de Mora vio finalizada su obra en 1613. A su inauguración asistió la Familia Real, con Felipe II a la cabeza por aquel entonces.

Religión