Día 1 de convivencia: El recogimiento en Dios y su escucha a través de la oración, primer paso para ser santo

Comenzamos nuestro paso por una convivencia de jóvenes viviendo un retiro de oración y una jornada deportiva. Todo lo que se vive alcanza una mayor plenitud de la aparente

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A pesar de la pandemia provocada por la covid-19, muchos jóvenes deciden no rendirse y seguir a Cristo. Es por ello que, tomando medidas de seguridad para evitar los contagios, se continúan realizando los viajes veraniegos juveniles organizados por las diferentes diócesis y parroquias de España.

A lo largo de los próximos tres días, nos introduciremos en una de estas convivencias para conocer su sentido y profundidad, que tanto bien hacen a nuestros jóvenes y les impulsan a ser fieles hijos de Dios y de la Iglesia, aspirando a una vida santa.

San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier: modelos de santidad para los jóvenes

El plan inicial del grupo de jóvenes con el que nos encontramos era viajar a Navarra para visitar Loyola y Javier. Ambas ubicaciones son muy destacables en la historia de la Iglesia, tanto española como universal, ya que son los lugares de nacimiento de dos grandes santos: San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier.

De los apellidos de ambos santos, como ya se ha visto, se deduce el lugar de nacimiento de cada uno. Ambos procedían de familias nobles de la época. No obstante, el Señor les tenía preparada una gloria más grande que la que ningún título nobiliario podría haberles dado jamás: una vida santa, al servicio de Cristo y de Su Iglesia. Ignacio se convirtió en Manresa después de sufrir graves heridas en una batalla. Después de aquello, sus viajes y tomar una vida de oración le llevaron hasta París, donde conoció a Francisco Javier.

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Desde aquel encuentro entre semejantes gigantes dentro de la historia de la Iglesia se derivan viajes por todo Oriente. Gracias a San Ignacio, San Francisco Javier cambia su vida y se deja transformar por el Señor, pasando de ser un joven juerguista al misionero más ardiente e incansable de la historia, llegando hasta las puertas de China y evangelizando prácticamente toda Asia. Se cuenta que bautizaba a tantas personas que, muchas veces, necesitaba que le sujetaran los brazos, pues le caían rendidos del agotamiento.

Por su parte, la Compañía de Jesús se convirtió en unas de las más importantes y extendidas de su tiempo. De hecho, la Santa Sede también encomendó, en gran parte, la evangelización de América a los jesuitas que hasta allí partieron.

Jóvenes cristianos, los santos de hoy en día

Pues bien. Esta santidad, que busca gastar la vida para la mayor gloria de Dios, es la que persiguen los jóvenes que acuden durante estos días a la convivencia. Se trata de una confianza en el plan de Dios y a través del cual Él es capaz, a través de sus siervos, de cambiar el mundo. Así fue con los apóstoles, con estos santos y con tantos otros.

Debido a las dificultades sanitarias que podía conllevar la travesía, viajar a Navarra ha sido finalmente imposible. Sin embargo, los jóvenes no se han rendido. Al tiempo que se encomiendan a estos dos grandes santos para que la convivencia dé fruto en ellos, organizan una alternativa en Madrid. Además, deciden añadir en la ecuación a San Juan de la Cruz, un religioso carmelita contemporáneo de los primeros jesuitas, igual de célebre a nivel mundial y cuyo ámbito geográfico es más cercano y accesible.

El primer día supone un día de recogimiento interior. Y es que, para poder acoger los dones que el Señor quiere dar, es necesario que los jóvenes se dispongan a escucharle. Es por ello que, por la mañana del primer día, realizan un retiro. La oración en silencio ayuda a los muchachos a aislarse del ruido físico, procedente del exterior, y el ruido espiritual, que el demonio siembra en el interior de las personas.

Los muchachos entran en un diálogo con Dios a través del primer capítulo del Cántico Espiritual, célebre obra en verso escrita por San Juan de la Cruz. Con su meditación, los jóvenes buscan encontrarse con el Señor y dejar que Él los transforme interiormente, que vuelvan los ojos y el corazón para mirar al Amado. Dos horas de oración que culminan con la posterior celebración de la Misa.

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Por la tarde, es momento de hacer deporte. Como es bien sabido, “mens sana in corpore sano” (“mente sana en cuerpo sano”). No solo es necesaria la salud del espíritu, sino también, en la medida que sea posible, mantener una buena salud física contribuye a servir mejor a Cristo en varios aspectos.

Además, un detalle que a veces no se tiene en cuenta es que Dios habla a través de la actividad física. Es llamativo cómo, a través de un partido de fútbol, el Señor se hace presente y nos enseña la necesidad del trabajo en equipo dentro de la Iglesia. Y es que no se puede avanzar solo hacia la santidad. La victoria en el camino al Cielo depende del deseo de santidad de otros, de la comunidad que se comparte y que impulsa a Cristo.

¿Podría haber sido santo Juan de la Cruz sin Teresa de Jesús y viceversa? Probablemente no, ya que su encuentro estaba dispuesto por el Señor para santificarse juntos, cada uno con la ayuda del otro. Y así se podría hablar de otros santos, como San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier.

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