Día 3 de convivencia: la montaña, un encuentro con Dios en el centro de la Creación

Los jóvenes realizan una marcha a la montaña, donde celebran la Misa y rezan de la mano de San Francisco Javier. La alegre marcha concluye con un Rosario contemplando el atardecer

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Nos adentramos en el último día de convivencia con el grupo de jóvenes. Si bien los dos primeros días se centraron en el recogimiento, la confianza en la comunidad y el abandono filial en manos de la Virgen, el último día introduce a los jóvenes en un componente más, que es la montaña.

El grupo acude a las montañas con el objetivo de caminar hacia la cima. No es nada nuevo para gran parte de ellos, que están acostumbrados a estos ascensos gracias al grupo de montañeros de la parroquia.

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Entre todos, ascienden poco a poco, aplicando lo aprendido en los dos últimos días. Su confianza en el Señor y el deseo de entregarse a Él por entero, en la forma que Él les pida, les llevan a encaminarse a la montaña, donde irán andando entre risas y cantos al son de la guitarra hasta llegar a la cima. Esta empresa, aunque difícil de realizar de forma individual, la realizan ayudándose del impulso de los demás, que animan al otro a ascender, a ir cada vez más alto, a alcanzar metas grandes.

En varios pasajes del Evangelio encontramos a Cristo en la montaña. Uno de ellos es la Transfiguración en el Monte Tabor, en el que Pedro, Santiago y Juan lo ven en un cuerpo glorioso y envuelto en luz. En otro pasaje, el de la crucifixión, encontramos a Jesús clavado y agonizante en el Monte Calvario, cuando es torturado y muere por todo el género humano, de forma que allí se abren las puertas del Paraíso para nosotros. Y, si acudimos al Antiguo Testamento, nos encontramos que el profeta Elías mantuvo durante cierto tiempo una vida de oración en el Monte Carmelo, donde también venció a los sacerdotes de Baal.

Un encuentro con Dios en el altar de la Creación

Una vez llegados a la cima, los jóvenes celebran la Misa. Eso que ven con ojos humanos en la cumbre, la fusión entre la bóveda celeste y la superficie terrenal, lo encuentran revelado plenamente, por los ojos de la fe, durante la Misa, al unirse verdaderamente el Cielo y la tierra. Es el momento en que Cristo, en el altar de la Creación, se hace presente entre ellos y se entrega, tal como se sacrificó en otro monte, el Calvario.

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Después el grupo come y conversa. Un rato después, uno de los sacerdotes que les acompañan les proveen de algunos puntos para tener oración. En la media hora que dura el rezo, los jóvenes guardan silencio y meditan, desde lo alto del monte, las palabras que escribe San Francisco Javier a San Ignacio en una de sus cartas, titulada "Sed de almas". En ella, el santo navarro expresa su deseo de que los cristianos dejáramos de acomodarnos en una vida vana y nos centráramos en aquello que Dios nos pide, no siendo negligentes a Su infinito amor.

Más tarde, el grupo baja de la montaña y acude a un mirador contempla el atardecer mientras reza el Rosario. Es un momento de contemplación de la Creación y del mundo con los ojos de María. Al mismo tiempo que pide por las diferentes intenciones que se mencionan, el orante puede reflexionar acerca de qué hacer con el deseo de su corazón y los frutos que ha recibido durante esta convivencia. También, al contemplar el ocaso del día, alguno podría preguntarse por el atardecer de su vida: cuando muera, ¿habrá sabido entregarse del todo al Señor en lo que Él le pedía? ¿Habrá sabido gastarse del todo por la salvación de otros? ¿Su vida habrá merecido la pena?

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