Así era Rubén, el sacerdote fallecido tras la explosión: "Si quitas a Dios de la ecuación, nada tiene sentido"

En una entrevista dijo que Dios lo llamó al sacerdocio después de vivir mucho tiempo "en una tristeza e insatisfacción grandes": "En una confesión experimenté el amor de Dios"

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El 21 de junio de este año fue un día muy especial para Rubén Pérez Ayala. Aquel domingo, el presbítero, de 34 años, celebraba su primera misa en la Parroquia de la Virgen de la Paloma. Cinco días antes, había sido ordenado sacerdote de manos del cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, junto a una veintena de compañeros del Seminario Conciliar y del Redemptoris Mater.



En el mismo lugar, siete meses después, una tremenda explosión reventó por completo el edificio parroquial. Rubén salió por su propio pie del interior minutos después de la deflagración y fue trasladado de urgencia al hospital La Paz de Madrid. Tenía numerosas fracturas y la pelvis destrozada. Los amigos de Rubén rezaban por su vida. "Rubén está en la UCI por la gran explosión del edificio de Madrid y van a operarle ahora de urgencia. Viví con el un año en Tierra Santa. Rezar por él para que salga vivo", decía uno de sus compañeros a través de Twitter. A las tres de la madrugada de este jueves fallecía, elevando a cuatro el número de víctimas por la explosión.

En una entrevista a la Archidiócesis de Madrid, Rubén manifestaba el pasado mes de junio que convertirse en diácono era el sueño de su vida. "Cuando era más joven, estaba en un combate interno muy fuerte; tenía muchos problemas (...) Vivía con una tristeza e insatisfacción grandes". Sin embargo, "me he encontrado a lo largo de mi vida con varios sacerdotes que me han ayudado", y siempre "me intrigaba su forma de vivir y la alegría que tenían", reconocía.

Durante una confesión, Rubén sintió la llamada de Dios. "Él se valió de la Misión Joven para encontrarse conmigo. Yo, que era un cobarde y nunca me atrevía a decirles a mis amigos que iba a la Iglesia, fui enviado a dar la experiencia a varios colegios de Madrid. (...) Veía que Él me daba alegría, y en una confesión experimenté el amor de Dios, que no tenía en cuenta mis pecados y que me amaba profundamente. Mi vida cambió de manera radical: podía estar contento y ser feliz".

Rubén terminaba asegurando que "cuando te entregas a Cristo, vives mejor (...) Cuando quitas a Cristo de la ecuación, todo se vuelve un sinsentido".

En esa primera Misa de junio, Rubén invitó a los fieles "a mirar al Señor, a confiar en Él", y que "cuando vengan las dificultades, gritemos al Señor". "Experimentarás que el Señor es tu tranquilidad. [...] Que podamos experimentar la alegría de que el Señor está con nosotros", aseveró.

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