Religión

José Luis Restán

Director Editorial COPE

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También los árboles y los dulces

Llega la Navidad y todo lo que conlleva

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Está bien, es necesario insistir en que la celebración de la navidad no es algo meramente exterior. Es una celebración de la fe, por tanto lo es de la inteligencia y del corazón. Pero nada en la fe cristiana es puramente interior, porque reconocemos y festejamos al Dios que se hace carne. Como dice la liturgia, "los árboles del bosque aplaudirán, pues viene el Señor a su reino eterno". El verdadero sentido de los árboles engalanados del tiempo de navidad es hacer visible que el Señor viene, por tanto también los árboles deben inclinarse ante Él y convertirse en su alabanza.

En una homilía de los años setenta, en medio del furor iconoclasta surgido en algunos sectores del mundo católico, Joseph Ratzinger quiso recordar que incluso un uso tan externo como los dulces de navidad tiene su raíz en la liturgia del adviento de la Iglesia, la cual en estos días hace suyas estas palabras del Antiguo Testamento: "en aquellos días los montes destilarán dulzura y los ríos llevarán leche y miel". Y es que cuando Él llega en la navidad, decía el entonces joven teólogo, nos comunica esa dulzura, y por tanto debe ser verdad que la miel fluye de la tierra y llega a nuestra mesa.

Lo que quieren comunicar todos estos usos y gestos navideños decantados a lo largo de la historia cristiana es que donde Jesús se encuentra desaparecen todas las amarguras, porque en Él coinciden el cielo y tierra, Dios y el hombre. La miel y los dulces son signo de la paz, de la concordia y de la alegría que Él nos trae. Tengo la sensación de que los cristianos perdemos demasiado tiempo en quejarnos de los adornos y festejos de la navidad secularizada, cayendo así en una moralina que no ayuda demasiado a lo que de verdad importa.

Nuestra energía debería centrarse más bien en recuperar y testimoniar el significado de todos esos gestos con alegría en medio de la plaza pública. No tiene sentido enfadarse por la búsqueda del goce y la alegría, tantas veces desnortada, sino mostrar que sólo aquel Niño nacido en Belén ha introducido en la historia la respuesta a esa búsqueda. Y hoy se le puede encontrar de nuevo con sorpresa, como los pastores y los magos de aquella historia que sigue viva entre nosotros.

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