El Papa recuerda su último Viaje Apostólico: "Ante los rostros de quienes emigran no podemos callar"

En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el Santo Padre rezó la oración mariana del Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico

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El Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y reflexionó sobre la Liturgia del día, que relata el anuncio del ángel a la joven de Nazaret. Francisco recordó que para hacer maravillas, “el Señor no necesita grandes medios ni nuestras sublimes habilidades, sino nuestra humildad, nuestra mirada abierta a Él y a los demás”.

Francisco recordó el anuncio del ángel a María mientras ella estaba en su casa y observó que una persona se revela mejor en su hogar que en otras partes, y precisamente, “en esa intimidad doméstica el Evangelio nos da un detalle que revela la belleza del corazón de María”. El Santo Padre indicó que el ángel la llama “llena de gracia”, lo cual significa que la Virgen está vacía de maldad, es sin pecado, Inmaculada. Ante este saludo, María – dice el texto - “se conturbó”, es decir, “no solo está sorprendida, sino también turbada”.

Francisco además recordó su último viaje a Chipre y Grecia: "Ante la historia, ante los rostros de quienes emigran no podemos callar ni mirar a otro lado. Tanto en Chipre como en Lesbos he visto ese sufrimiento en sus ojos. Por favor, mirémosles a los ojos, a los de sus hijos. Reaccionemos a nuestra indiferencia y no nos habituemos”



El Pontífice explicó que recibir grandes elogios, honores y cumplidos a veces tiene el riesgo de despertar el orgullo y la presunción: “Recordemos que Jesús no es tierno con los que van en busca del saludo en las plazas, de la adulación, de la visibilidad. María, en cambio, no se enaltece, sino que se turba; en lugar de sentirse halagada, siente asombro. El saludo del ángel le parece más grande que ella. ¿Por qué? Porque se siente pequeña por dentro, y esta pequeñez, esta humildad atrae la mirada de Dios

De esta manera, Francisco hizo hincapié en que "entre las paredes de la casa de Nazaret” vemos un rasgo maravilloso del corazón de María: "Tras recibir el más alto de los cumplidos, se turba porque siente dirigido a ella lo que no se atribuía a sí misma. De hecho, María no se atribuye prerrogativas, no reclama nada, no atribuye nada a su mérito. No siente autocomplacencia, no se exalta. Porque en su humildad sabe que todo lo recibe de Dios. Por tanto, está libre de sí misma, completamente orientada a Dios y a los demás".



“María Inmaculada no tiene ojos para sí misma - dijo el Papa - destacando que aquí está la verdadera humildad: no tener ojos para uno mismo, sino para Dios y para los demás”.

Francisco remarcó que “el Señor, para hacer maravillas, no necesita grandes medios ni nuestras sublimes habilidades, sino nuestra humildad, nuestra mirada abierta a Él y a los demás […] también hoy quiere hacer grandes cosas con nosotros en la vida de todos los días: en la familia, en el trabajo, en los ambientes cotidianos. Ahí, más que en los grandes acontecimientos de la historia, ama obrar la gracia de Dios. Pero, me pregunto, ¿lo creemos? ¿O pensamos que la santidad es una utopía, algo para los expertos, una ilusión piadosa incompatible con la vida ordinaria?”.

Francisco le pidió a la Virgen una gracia: “Que nos libre de la idea engañosa de que una cosa es el Evangelio y otra la vida; que nos encienda de entusiasmo por el ideal de santidad, que no es una cuestión de estampitas, sino de vivir cada día lo que nos sucede con humildad y alegría, libres de nosotros mismos, con la mirada puesta en Dios y en el prójimo que encontramos”.

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