¿Sabías que Teresa de Lisieux tuvo mucho que ver con la conversión de los inuit del Canadá?

Francisco visita este viernes la tierra donde se bautizaron los primeros inuit gracias a la intercesión de la santa patrona de las misiones

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Cuando en 1927 el Papa Pío XI declaró a santa Teresita del Niño Jesús Patrona de las Misiones pocos imaginaban que una monja de clausura que vivió hasta su muerte en un pequeño convento de Francia había contribuido de forma tan directa a la conversión de uno de los pueblos indígenas de Canadá, los Inuit.

Es conocida por todos la devoción del Papa Francisco a Santa Teresa de Lisieux, y el Papa en Canadá se va a encontrar con los Inuit descendientes de los primeros que se bautizaron gracias a Santa Teresita. Los dos comparten también el deseo de haber sido misioneros. En el origen de esta decisión del pontífice se encuentra un grupo de misioneros franceses, pertenecientes a la familia de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, fundada por San Eugenio de Mazenod.

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Una misión extrema

En el año 1912 dos religiosos viajaron hasta las zonas más inhóspitas de Canadá para fundar una Misión en el territorio de los Inuit. Los primeros cuatro años estuvieron aislados, sobreviviendo a las condiciones extremas del Ártico, sin ser aceptados por los Inuit. El domingo de Pentecostés de 1915, el padre Turquetil impartió su primera catequesis en el idioma de los inuit tras haberlos conseguido convocar a una pequeña reunión a la que acudieron por curiosidad.

Transmitir el Evangelio se había convertido en una tarea llena de contratiempos y dificultades entre la sociedad inuit, porque su carácter itinerante en busca de caza no facilitaba el trato continuo con las familias y, además, por aquella época dos religiosos habían sido asesinados por una tribu de Inuit de Mackenzie. Desde Europa se les aconsejaba cerrar la misión.

Dos cartas importantes

El correo llegaba tan sólo una vez al año, y en 1916 uno de los religiosos, Turquetil recibió dos cartas importantes. En la primera su obispo, le confirma que estaba preocupado por la permanencia de la misión, pero antes de considerar su cierre definitivo, les daba el plazo de un año para comprobar si merecía la pena permanecer entre los Inuit. La segunda carta procedía de una persona desconocida y dentro había un folleto titulado: “Vida resumida de Teresa del Niño Jesús”.

Junto al folleto, dentro de la carta habían añadido un poco de tierra recogida de la tumba de Teresa de Liseux acompañada de una simple anotación: “Con esta tierra, ella hace milagros”. El P. Turquetil quedó muy impresionado al leer la vida de Teresa de LIxieux y pensó que quizás podría convertirse en su aliada para que la palabra de Dios cuajara entre los inuit. Esa misma noche los dos religiosos rezaron con fuerza a Teresa, aunque todavía no había sido canonizada. Al día siguiente mientras Turquetil interpretaba una melodía ante un pequeño piano, unos pocos inuit se sentaron a escuchar la música y al religioso que le acompañaba se le ocurrió esparcir algunos granitos de esa tierra sobre el pelo de los inuit sin que ellos se dieran cuenta.

El milagro de Teresa de Liseux

El siguiente domingo ocurrió lo impensable. Tal como acostumbraban tocaron las campanas de la pequeña iglesia para convocar a los que quisieran acercarse. Lo habitual es que no viniera nadie. Ese día se presentó un grupo, y uno de ellos ejerció de portavoz de los demás con estas palabras: “Aunque sabíamos que ustedes nos decían la verdad, nosotros no queríamos escuchar”.

El padre Turquetil les habló sobre el Bautismo mientras rezaba a Teresa para que les animara a la conversión. Ese mismo día uno de los inuit, Tuni, le confirmó que tres de ellos querían ser bautizados junto a sus esposas e hijos”. El padre Turquetil les explicó que antes deberían recibir catequesis y eso llevaría un tiempo. Las tres familias decidieron no desplazarse en busca de caza como era su costumbre para poder estar cerca de la Misión y poder formarse. El catecumenado se inició al día siguiente durante dos horas por día.

Por sorprendente que parezca, tras tantos años de aparente apatía, las tres familias inuit acudieron cada día a formarse durante los 8 meses siguientes. El 2 de julio de 1917, los primeros inuit fueron bautizados. Santa Teresa de Liseux había conseguido que esa Misión no se cerrara.

El obispo Charlebois quedó tan impresionado con lo ocurrido, que decidió enviar a Roma el relato minucioso de todo lo ocurrido. Paralelamente envió una petición firmada por 226 obispos misioneros de todo el mundo en la que se solicitaba la gracia de nombrar a Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de todas las misiones en el mundo. Como ya sabemos, en 1927, el Papa Pío XI respondió favorablemente a esta petición.

A lo largo de los dos últimos siglos fueron muchos los misioneros católicos que acompañaron las expediciones polares y aprovecharon el largo tiempo de permanencia en el país para sembrar el Evangelio entre todos ellos.


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