Robo en el Louvre de París: la joya española que pertenecía a una emperatriz de Granada "de fe inquebrantable"
Esta joya, compuesta por más de 1.300 diamantes y 56 esmeraldas, es un emblema de la realeza francesa
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Madrid - Publicado el
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Tras el robo en el Museo del Louvre, en el que se han llevado nueve piezas de valor incalculable, la noticia de la recuperación de la joya más espectacular de la colección ha devuelto el aliento a los parisinos. Se trata de la corona que perteneció a la Emperatriz Eugenia de Montijo, la única pieza que los asaltantes perdieron en su huida y que apareció fuera del museo.
Corona de la emperatriz Eugenia de Montijo
Esta joya, compuesta por más de 1.300 diamantes y 56 esmeraldas, es un emblema de la realeza francesa y de la vida de Eugenia, que estuvo marcada por una fe católica inquebrantable y que fue sostén en los 94 años de su "atribulada vida".
Convertida en emperatriz en 1853
Eugenia, la última emperatriz consorte de Francia por su matrimonio con Napoleón III, nació en Granada y creció en una sociedad marcada por el liberalismo. Sin embargo, recibió una educación estrictamente católica en Francia, y asistió al prestigioso convento de las Damas del Sagrado Corazón en París.
Tan profunda fue su devoción que, al parecer, su madre la retiró de allí antes de tiempo por temor a que quisiera tomar los hábitos, tras una pequeña "crisis mística" que sufrió después de su Primera Comunión.
Esta solidez de principios la acompañó hasta su boda con Napoleón III, un hombre conocido por su reputación de mujeriego. Aunque debatida por los historiadores, la famosa anécdota cuenta que, cuando el emperador le preguntó por dónde ir a su habitación, ella respondió: "Por la capilla".
Convertida en emperatriz en 1853, Eugenia no se quedó a la sombra de su marido, sino que participó activamente en los asuntos de Estado. Sus primeros pasos combinaron hábilmente la organización de una gran corte con una intensa acción social.
DEFENSORA DE LAS APARICIONES DE LOURDES
Sus actividades públicas se centraron en la creación y patrocinio de un sinfín de obras benéficas, muchas de ellas católicas. De hecho, donó la cuantiosa suma que recibió de París como regalo de bodas para construir un asilo para niñas desamparadas. Y, precisamente, tras sufrir un intento de asesinato en 1858, Eugenia convenció a Napoleón III de apoyar la intervención en México para frenar al anticlerical Benito Juárez.
Un cartel que dice «El Museo del Louvre permanecerá cerrado hoy por razones excepcionales» se ve en el Passage Richelieu, junto al Museo del Louvre, tras el cierre policial en París, Francia, el 19 de octubre de 2025.
La fe de Eugenia se hizo más palpable en los momentos de gran adversidad. Cuando su hijo, Napoleón Eugenio Luis, cayó gravemente enfermo, la emperatriz, desesperada, mandó traer agua de Lourdes; el niño se recuperó. Gracias a esta curación, Eugenia se convirtió en defensora de las apariciones e intervino para conseguir la reapertura de Lourdes a los peregrinos.
Tras la derrota de 1870 ante Prusia y la caída del Segundo Imperio, la familia se vio forzada a un largo exilio en Inglaterra. En pocos años, Eugenia sufrió la pérdida de su esposo y la trágica muerte de su único hijo. Fue en ese momento que la emperatriz "solamente encontró consuelo en su fe" para sobrellevar la tragedia.
APODADA COMO 'LA SANTA'
Como legado de su profunda espiritualidad, impulsó la construcción de la abadía benedictina de Farnborough, donde sepultó a su marido y a su hijo. Además, hizo entrega a la comunidad de la Rosa de Oro, la máxima condecoración pontificia. Incluso en el exilio, en su corte se celebraba Misa a diario y se rezaba el rosario. Eugenia de Montijo fue siempre fiel, hasta su muerte en 1920.
Pero entre las joyas sustraídas del Louvre había también piezas que pertenecieron a otras dos reinas francesas, María Amelia y Hortensia. En el caso de María Amelia de Borbón-Dos Sicilias, era conocida como "La Santa". Fue la última reina consorte de Francia, esposa de Luis Felipe I, fue una figura de fe religiosa inquebrantable. Su piedad era tan profunda que era conocida por su familia como "La Santa". A pesar de ser reina, llevó una vida humilde, dedicada a la oración y la caridad, utilizando su pensión real para ayudar a los más necesitados. Se mantuvo alejada de la política, buscando consuelo en su fe ante las tribulaciones.