Así explicaba Juan Pablo II la causa de la muerte de la Virgen María: "Fue un ímpetu de amor”

Juan Pablo II, uno de los Papas más devotos a la Virgen María, retomó la explicación del Dogma de la Asunción en sus Catequesis y completó el significado de este silencio

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La Asunción de la Santísima Virgen María supone un privilegio singular que Jesucristo concedió a su Madre. Todos los cristianos esperan la Resurrección al final de los tiempos pero, la Virgen Inmaculada, "terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo", tal y como había promulgado el Papa Pío XII en la bula 'Munifecentissimus Deus' el 1 de noviembre de 1950.

El Concilio Vaticano II, catorce años después, señaló que la Asunción de la Virgen María es una de las maravillas que el Espíritu Santo hizo en esta Mujer, reconocida como dichosa por todas las generaciones. Además, para esta Constitución, la Virgen María subió al cielo para, “que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor y Vencedor del pecado y la Muerte, explicaran los Padres Conciliares.

La Maternidad divina es la razón principal de la Asunción, aunque uno de los problemas que supone esta verdad de Fe Revelada es el silencio que guarda respecto a la muerte de María. El Papa Juan Pablo II, por su parte, quiso esclarecer este tema.

La Madre no es superior al Hijo

Juan Pablo II, uno de los Papas más devotos a la Virgen María, retomó la explicación del Dogma de la Asunción en sus Catequesis y completó el significado de este silencio. El Pontífice polaco habló muchas veces sobre la muerte de la Santísima Virgen María: “Dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre”, señaló Karol Wojty?a en la Audiencia General del 25 de junio de 1997. No obstante, la Asunción de María es "gracias a la victoria pascual de Cristo sobre la muerte, la Virgen de Nazaret, unida profundamente al misterio del Hijo de Dios, compartió de modo singular sus efectos salvíficos” dijo el polaco en la Solemnidad de la Ascensión en el año 1999.

La Muerte de María, una cuestión secundaria

La Virgen María no es la protagonista de la Asunción, sino una beneficiaria junto a todos sus hijos, recibidos junto a la cruz. Juan Pablo II, como Maestro de la Fe del Pueblo de Dios, explicó que, el silencio de Pío XII sobre la muerte de María en la solemne proclamación del Dogma de la Asunción. Este silencio se debió a que "la Munifecentissimus Deus se limita a afirmar la elevación del cuerpo de María a la gloria celeste", explicaba el Papa peregrino. Esta Bula no se concentró sobre el tema de la muerte natural de la Santísima Virgen, para que no fuera parte de esta verdad de fe, sino que, solo se concentró en la Glorificación de la Madre de Jesús, como la Iglesia ha creído desde los primeros años de su existencia.

¿De qué murió María?

La cuestión de la muerte de María no ha sido una novedad para la Iglesia. Hace 400 años, San Francisco de Sales indagó sobre la causa de la muerte de María. ¿De qué murió María?, se preguntaba. “La muerte de María se produjo como efecto de un ímpetu de amor”, responde el obispo de Sales. “No parece que muriera de enfermedad, ni de vejez muy avanzada, ni por accidente violento (martirio), ni por ninguna otra causa que por el amor ardentísimo que consumía su corazón”, añade el dominico español Royo Marín. El mariólogo Garriguet, como otros tantos investigadores, explicó: "María murió sin dolor, porque vivió sin placer; sin temor, porque vivió sin pecado; sin sentimiento, porque vivió sin apego terrenal”, matizó.

La Asunción, un punto de llegada

No obstante, la Asunción de la Virgen es una continuidad, un acontecimiento que es consecuencia de su Sí, como dijo en la Anunciación, cuando consagró su la entrega incondicional a Dios, desde entonces, Ella asoció toda su voluntad y su Vida con Cristo y con su ministerio de salvación. Por lo tanto, si María compartió la Misión de su Hijo, también compartió Muerte con Él y por consecuencia, también compartió la Meta de esta Misión “La glorificación”. Por eso la Asunción de María es “el punto de llegada de la lucha que comprometió el amor generoso de María en la redención de la humanidad y es fruto de su participación única en la victoria de la cruz”, matizó Juan Pablo II.

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