El Papa Francisco alerta en su encíclica sobre tendencias actuales que ensombrecen la fraternidad universal

La Conferencia Episcopal y los medios de la Iglesia, a través de la iniciativa 'Soñar lo posible', se acercan a los diferentes aspectos que aborda el documento pontificio

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Como cada miércoles, la Conferencia Episcopal Española y los medios de comunicación de la Iglesia (Ecclesia, COPE y TRECE) continúan profundizando en la nueva encíclica del Papa Francisco,'Fratelli tutti'a través de la iniciativa 'Soñar lo posible' (#SoñarLoPosible)

De esta manera, cada semana se ofrece un tema para reflexionar y acercarse a este documento pontificio sobre la fraternidad y la amistad social. En esta quinta semana (#FratelliTutti5de10) hacemos referencia al apartado de la encíclica llamado 'En un mundo oscurecido, nadie puede quedar excluido.', en la que el Santo Padre nos alerta sobre tendencias actuales que ensombrecen la fraternidad universal.

Texto de entrada

El papa Francisco también dedica parte de esta encíclica a reflexionar sobre tendencias actuales que ensombrecen la fraternidad universal:

  • La desesperanza y desconfianza sembradas en la sociedad.
  • Las polarizaciones que no ayudan al diálogo y la convivencia.
  • Las personas que parecen “sacrificables” y se descartan.
  • La desigualdad de derechos y las nuevas formas de esclavitud.
  • El deterioro de la ética y el debilitamiento de los valores espirituales.

Ante estas realidades, el Pontífice nos encamina hacia la esperanza, que mira más allá de la comodidad que nos encierra para abrirse a grandes ideales.

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El Papa Francisco alerta en su encíclica sobre tendencias actuales que ensombrecen la fraternidad universal

Ideas

Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. La idea de unidad crea nuevas formas de egoísmo. El individualismo consumista provoca mucho atropello. Los otros son meros obstáculos para la propia tranquilidad placentera. Son molestos. Crece la agresividad.

Aumenta la soledad. Estamos más solos que nunca en este mundo que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Partes de la humanidad parecen sacrificables –pobres, discapacitados, no nacidos o ancianos-en beneficio de unos pocos que se creen dignos de vivir sin límites. Debemos levantar la cabeza para reconocer al vecino como un don y para ponernos al lado del que está caído en el camino.

Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio. Entonces el ser humano despliega múltiples iniciativas en favor del bien común. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. ¡Qué bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí!

Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La esperanza nos habla de una realidad enraizada en lo profundo del ser humano, independiente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive.

El anhelo de plenitud eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna.

Recuadro

El bien, el amor, la justicia y la solidaridad han de ser conquistados cada día. Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien

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Introducción

La sociedad globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos, advierte el Papa Francisco. Toca hacer un recorrido por las sombras que oscurecen el mundo y reclamar que nadie quede excluido.

Nadie se salva solo; únicamente es posible salvarse juntos. El reto consiste en recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes.

Textos

Una unidad que se rompe

Después de décadas en las que parecía que el mundo había aprendido de tantas guerras y fracasos y se dirigía hacia diversas formas de integración, la historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden de nuevo conflictos que se consideraban superados: resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos (Cf. Ft 10 y 11).

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No hay que conformarse con los logros del pasado y disfrutarlos. No podemos olvidar que todavía hoy muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos. Por eso, cada generación tiene que hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día (Cf. Ft 11).

“Sálvese quien pueda”

La persona es el valor primero que hay que respetar y amparar, por su misma dignidad. Especialmente aquellos que son pobres o discapacitados, aquellos a los que se considera que “todavía no son útiles” como los no nacidos, o que “ya no sirven” como los ancianos. Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de un selecto grupo que se cree digno de vivir sin límites (Cf. Ft 18).

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También el individualismo consumista hace ver al otro como un obstáculo, una molestia. Estas actitudes hacen crecer la agresividad, una agresividad que se acentúa en épocas de crisis y en momentos difíciles donde sale a plena luz el espíritu del “sálvese quien pueda” (Cf. Ft 222).

Esta actitud egoísta se extiende también al comportamiento en grupo dentro de la sociedad. El desinterés por el bien común es instrumentalizado para imponer un modelo cultural único que divide a las personas. La globalización nos hace más cercanos, pero no más hermanos. Nos puede pasar que, en un mundo masificado, estemos realmente solos (Cf. Ft 12).

Promover la equidad y la inclusión social

Se ha producido un retroceso en el proyecto de conseguir un mundo más unido y más justo. Observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias (Cf. Ft 22).

Sin embargo, el respeto de estos derechos es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común (Cf. Ft 22).

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En este mundo en el que vivimos con la impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana. Sería deseable que con el crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas se correspondiera también una equidad y una inclusión social cada vez mayores. Que, al mismo tiempo que se descubre nuevos planetas lejanos, se volviera a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí, que están a nuestro lado (Cf. Ft 31).

Caminemos en esperanza

A pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, conviene hacerse eco de tantos caminos de esperanza. Las sombras están, pero no pueden ocultar la esperanza. Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. En la pandemia aprendemos que nadie se salva solo (Cf. Ft 54).

Independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vivimos, la esperanza nos habla desde los más hondo del ser humano. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor (Cf. Ft 55).

La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna.

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Esta esperanza está puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra. La buena política une al amor la esperanza, la confianza en las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo. Cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales (Ft 196).

Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios o despachos. Cada uno juega un papel fundamental en un único proyecto creador, para escribir una nueva página de la historia, una página llena de esperanza, llena de paz, llena de reconciliación. Hay también una “artesanía” de la paz que nos involucra a todos. Los caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente (Ft 231).

La Iglesia, un hogar entre los hogares, está abierta para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas. La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre. Queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación (Ft 276).

Religión