Mohamed, de ser acogido a acoger en la parroquia de Santa Ana en Barcelona: "Ayudar me aporta la felicidad"

El joven marroquí llegó a la Ciudad Condal escondido en un camión y la parroquia le ayudó a salir adelante y ahora es uno de sus 295 voluntarios

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Mohamed Ikissane tiene 25 años y estudia integración social. Llegó a Barcelona escondido en un camión y ahora vive en un piso compartido con otros jóvenes. Los fines de semana trabaja y es uno de los casi 300 voluntarios que acogen en la parroquia de Santa Ana, una iglesia abierta en el centro de la Ciudad Condal a migrantes, personas sin hogar, o con necesidades ocasionales. Mohamed viene del sureste de Marruecos y llegó a España en 2018.

Una trabajadora social le llevó hasta Santa Ana y allí encontró dónde comer, dónde dormir, dónde estudiar castellano y, también catalán. En esta parroquia además ha encontrado su vocación, ser integrador social “para apoyar a otros migrantes o persona que necesitan ayuda en general”. Y eso, confiesa, “me aporta felicidad”.

Cerca de 143.000 personas al año encuentran acogida, acompañamiento, formación y apoyo social en uno de los casi 140 centros que la Iglesia en España dedica a la atención a los migrantes.



Un bereber que llega en abril de 2018 a Barcelona ¿Qué te mueve a esconderte en los bajos de un camión para salir de Marruecos? ¿Qué te encuentras al llegar?

Quería cumplir unos objetivos. Trabajar, seguir estudiando, ayudar a mi familia, mejorar a nivel personal. Pero a mi llegada me encuentro con una realidad muy dura. Porque entrar de forma irregular, sin papeles no ayuda. Recuerdo que la primera pregunta que te haces que es dónde ¿Dónde puedo ir a comer? ¿Dónde voy a dormir? ¿Dónde estudiar castellano para seguir adelante?

Y entonces conoces la parroquia de Santa Ana, en el centro de Barcelona ¿Cómo llegas hasta allí?

Mi primer contacto fue a través de una trabajadora social que me habló de Santa Ana y de lo que me podía ofrecer. Mi situación era difícil, en ese momento tenía necesidad de esos servicios para desayunar, come, para dormir.

Además, comencé a participar en actividades deportivas, a aprender castellano, aprender catalán también. Me ayudó a integrarme en la sociedad y saber su realidad. Estoy muy agradecido porque en aquellos momentos difíciles me dio la posibilidad de mejorar y salir adelante.

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En estos cuatro años ¿Cómo ha cambiado tu situación?

Tengo 25 años y estoy viviendo en un piso de Santa Ana con otros compañeros de la parroquia. Les llaman lugares de oportunidad, porque te dan esa oportunidad de seguir adelante, de ser más autónomo, de tener una vida más digna, de poder conseguir los objetivos con los que cada uno llegó aquí.

Después de la experiencia que he vivido he querido estudiar integración social y voy a clases por las tardes. Los fines de semana trabajo. Y ahora soy yo el que acoge, como voluntario, en la parroquia.

En Santa Ana, en el año 2020, el 48,2% de las personas atendidas tenían menos de 35 años. Un año antes, en 2019, se registró una elevada presencia de jóvenes que procedían del Norte de África, mayoritariamente de Marruecos ¿Cómo les puedes ayudar?

Como hablo árabe, ayudo a comunicarse a los jóvenes que llegan con los profesionales de la parroquia para saber qué necesitan y qué les podemos ofrecer para seguir adelante. Les doy charlas, trabajo con paciencia con ellos.

Además, controlo en la puerta a las personas que llegan para algunos de nuestros servicios, sirvo desayunos…

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Y si miras al futuro ¿Cómo te ves?

Me veo acabando de sacar el título de Integración Social, teniendo una carrera. Y ayudando, apoyando a otros migrantes o persona que necesitan ayuda en general.

¿Y eso que te aporta?

(Sonríe). Me aporta la felicidad. Si la felicidad.

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