La historia de sor Ángeles en una leprosería en Madagascar: "Nunca acabaría de contar mi experiencia allí"

Ella revive cada instante, cada anécdota, cada hecho misionero, describiendo "un amor infinito por la misión, por la vocación misionera"

Tiempo de lectura: 2’

“No acabaría nunca de contar mi experiencia en la leprosería”. La historia de sor Ángeles Ellinghaus está marcada por su estancia en Madagascar. Esta Hija de la Caridad que actualmente ayuda “en lo que puede” a atender al comedor social de La Milagrosa en Cáeres, llegó al país africano y a los pocos días, por su propia iniciativa, visitó sola algunos poblados.

Al volver me equivoqué de camino y acabé en una selva. Mientras iba adentrándome recordaba el Salmo 22: «El Señor es mi pastor». Al final salí a un río y vi a un señor al otro lado que me ayudó a pasar, yo tenía miedo a hacerlo sola por la corriente. Al día siguiente, el capellán de la leprosería, el sacerdote, me dijo que era un ayudante suyo quien me había socorrido. Así que tuve razón, Dios estaba conmigo”.

"Realmente merece la pena"

Ella revive cada instante, cada anécdota, cada hecho misionero, describiendo un amor infinito por la misión, por la vocación misionera. “No hay mayor «aventura» que contagiar, la vocación misionera, porque realmente merece la pena”. La diócesis de Coria-Cáceres ha querido homenajear a esta religiosa que, con 87 años, sigue recordando su paso por África.

ctv-3sf-sor-angeles

Después del destino en esta zona selvática, llegó a la zona más pobre de Madagascar, “Androy, un hospital sin camas. Dormían en esteras por el suelo. Allí me presenté al médico y me ofrecí para ayudar como puericultora o enfermera. Me dejó actuar libremente y recorríamos poblados de leprosos para ayudarles. Una vez llegamos a un poblado donde había cuatro niños y nadie más y es que estaban atendiendo a una señora en una choza que estaba muriendo”.

Él me llamaba «neni» que significa «mamá»

Resultó ser una parturienta que estaba a punto de morir. Sor Ángeles cuenta emocionada que le ayudó con una inyección de antibióticos: “Les dejé medicinas para que atendieran a la mujer si sobrevivía. A los 15 días volvimos y me dijeron que ahí estaba, con un niño precioso en brazos y me dijeron que yo la había salvado. Ella me preguntó que por qué lo hice y yo le respondí que no lo hice yo. Ella me preguntó quién era ese Dios en quién yo creía y poco a poco fui hablándoles de Dios y una vez al mes acudía allí a visitarles. Se bautizaron ella, el niño y alguien más del poblado”.

En otra ocasión, al regresar de unos ejercicios espirituales, se encontró con un niño agonizando: “Era de un poblado que yo no conocía. Les dije a sus familiares que iba a intentar salvarlo y estuve toda la noche vigilándole. Se recuperó finalmente y lo devolvieron al poblado. Cada 15 días iba a visitarle. Una de las veces me lo dejaron en brazos. Él me llamaba «neni» que significa «mamá». El Padre Paúl que iba conmigo decía que me lo habían entregado, pero no. Desde su poblado fueron avisando a todos los de alrededor para decirles que la que le había salvado estaba allí. Hicieron una fiesta con música y detalles. Nosotros le llamábamos Francisco Javier al niño, porque allí le ponían el nombre de algo significativo que hubiera pasado, nosotros le pusimos ese por el día en el que había llegado a nuestro internado. Ellos le llamaban Delum Basag que significa «una extranjera te ha salvado»”.


Religión