Así viven los fieles la religiosidad en torno a lugares, peregrinaciones y celebraciones

En la primera semana de la campaña #HazMemoria impulsada por la CEE hasta el 30 de junio, se pone el acento en las romerías y tradiciones de nuestro país

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La Conferencia Episcopal Española ha puesto en marcha la campaña #HazMemoria junto con los medios de comunicación como Ecclesia, TRECE y COPE. El objetivo de esta campaña, que se prolonga durante doce semanas hasta el 30 de junio, es hacer visible el trabajo de la Iglesia en diferentes áreas, desde la pastoral o la asistencial, a la educativa o misionera. En esta primera semana, el episcopado pone su acento en la Religiosidad y en piedad popular, así como en las romerías y tradiciones.

La Semana Santa andaluza o castellana, la peregrinación a Santiago, el Camino del Rocío, los santuarios marianos, tradiciones, romerías, forman parte del modo de ser cristiano de este pueblo. La fe llegó a la Hispania romana en el primer siglo de nuestra era, muy pronto se encarnó en los pueblos que habitaban la península ibérica e impregna, desde entonces, la cultura que se vive en cada momento.

Como ha ocurrido en otros lugares, esa fe se mezclará con las formas de vida, con costumbres ancestrales, con el calendario agrícola, con la idiosincrasia popular y dará lugar a una cultura propia en la que la expresión festiva de la religión es un elemento más.

Cuando la fe se encarna en la cultura popular surge una religiosidad que tiene una forma propia y unas expresiones impulsadas por el pueblo que la acoge y el contexto en que se viven. Los ejercicios de piedad en torno a las fiestas litúrgicas o las celebraciones marianas y de los santos en pueblos y ciudades de España, tienen como objetivo acercar al pueblo cristiano al conocimiento de Dios y a su adoración.



La religiosidad popular pone en relación las expresiones populares de la fe y los misterios centrales de la vida cristiana. De las prácticas de piedad, romerías, peregrinaciones, cofradías o salidas procesionales se lleva a contemplar y adorar el misterio de la redención, la presencia en la Eucaristía, la veneración de la Madre de Dios. En toda España, más de cuatrocientas celebraciones religiosas tienen han sido declaradas de interés nacional o internacional.

Aunque, en algún tiempo la piedad popular fue mirada con desconfianza, ha sido objeto de revalorización en las décadas posteriores al Concilio. Fue Pablo VI en su Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi quien le dio un impulso decisivo al señalar que que la piedad popular «refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer» y que «hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe». Más cerca de nuestros días, el Papa Francisco, en América Latina, señaló que se trata de un «precioso tesoro de la Iglesia católica» y que en ella «aparece el alma de los pueblos latinoamericanos» (EG 123).

Religiosidad en torno a lugares, peregrinaciones y celebraciones

En torno a la Semana Santa, en cada lugar de España, hay una tradición. Las saetas en las procesiones sevillanas, la austeridad y el silencio en la procesión de las capas pardas en Zamora, la dansa de la Mort en Verges, la rompida de la hora en Calanda y la tamborada en Hellín, la bajada del Ángel en Aranda de Duero y en Tudela y miles de otras tradiciones. En cada lugar una tradición, una expresión propia de religiosidad, una manifestación viva de la fe viva.

Además, junto a las tradiciones que van unidas a las celebraciones de la Iglesia, la devoción a María y a los santos llenaron España de imágenes y lugares de culto, en torno a los cuales surgieron ermitas primero y luego santuarios y basílicas con sus correspondientes peregrinaciones.

Esas miles de ermitas en España, dedicadas a la Virgen o a los santos, reúnen a los vecinos de cada pueblo en la fiesta del titular para celebrar la fe y festejar la fraternidad de quienes conviven en el mismo entorno geográfico o humano. Cientos de estos lugares se han convertido, andando el tiempo, en santuarios y han alcanzado una proyección nacional e internacional. El monasterio de Montserrat, la aldea del Rocío, la basílica del Pilar, el santuario de la Fuensanta, Guadalupe, etc. son lugares en los que se concentra la devoción popular y desde los que se proyecta luz y esperanza para todo el pueblo.

Además, esos lugares se han convertido también en centros de peregrinación. La peregrinación a Covadonga, la Javierada, el Rocío, la romería a la Virgen de la Cabeza en Andujar y tantas otras en toda España mueven a millones de personas cada año. Entre todas ellas, ocupa un lugar propio en la religiosidad española y europea la peregrinación a Santiago de Compostela, una de las más antiguas y más multitudinaria que por más de mil años trae a la tumba del apóstol a centenares de miles de personas cada año.

Cofradías y hermandades vertebran la religiosidad popular

Cofradías y hermandades vertebran hoy la vida cristiana en muchos lugares en donde se vive la religiosidad popular. Lugares para la tradición, contribuyen de manera importante a la formación cristiana de los fieles y sirven para encauzar la vida de caridad en atención al prójimo más necesitado. Esta religiosidad popular que se aglutina en cofradías y hermandades aleja el peligro de una fe individualista y sostiene relaciones en la comunidad cristiana, con compromisos fraternos y rostros concretos, que se acercan a Dios y descienden para sostener al pueblo cristiano.

El Papa Francisco enseña que esta religiosidad es una expresión particular de la búsqueda de Dios y de la fe. Cada persona que se acerca a venerar las imágenes de la virgen y de los santos en las sedes cofrades, busca a Dios y hace visible de algún modo la fe.

Aunque en ocasiones han sido tratadas como expresiones de la fe de menor pureza o con desprecio, se vive ahora un nuevo descubrimiento de la religiosidad popular, que hoy significa una relación personal con Cristo, el Verbo de Dios hecho carne. En ella se expresa una sed de Dios que sólo los pobres y sencillos pueden conocer y al mismo tiempo, pueden enseñar, porque, de algún modo, el pueblo de Dios enseña a creer y a practicar aquello en lo que se cree.

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