Antonio Bellella: "La vida consagrada no se halla sumida en la oscuridad ni en estado terminal"

El Instituto Teológico de Vida Religiosa abre la 52ª Semana de Vida Consagrada bajo el lema "Entretejer itinerarios de esperanza"

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La vida consagrada no está desnuda, sino revestida de Cristo, no se anuncia a sí misma, sino que proclama a Cristo resucitado”. Esta es la propuesta de esta quincuagésima segunda Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada, cuyo eje articulador es el sugerente título de «Entretejer itinerarios de esperanza».

Antonio Bellella, director del Instituto Teológico de Vida Religiosa (ITVR), ha abierto la 52ª Semana de Vida Consagrada organizada por centro claretiano y que se celebra desde hoy hasta el sábado en el Aula Magna de la facultad de económicas de la Universidad San Pablo CEU de Madrid.


Junto a Bellella, en la mesa de apertura se encontraban el cardenal claretiano Aquilino Bocos, el secretario general de la Conferencia Española de Religiosos, Jesús Miguel Zamora, y Adolfo Lamata, provincial de los Misioneros Claretianos de la Provincia de Santiago.

El nuncio, Bernardito Auza, comenzó dando la bienvenida y trasladando un saludo de parte del Papa Francisco: "Os expreso su cercanía. El religioso revive el acontecimiento de la Pascua con su vida. Vosotros estáis llamados a ser ecos de la esperanza".

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De la mano de la esperanza

Para el director del ITVR, “la Vida Consagrada no se halla en nuestros días sumida en la oscuridad, ni tampoco en un estado terminal. La vida consagrada está sencillamente en una etapa ardua de su historia. La Iglesia y la Vida Consagrada están viviendo la experiencia que tiene que ir de la mano de la esperanza".

Porque para evitar el riesgo de que “el crepúsculo no dé paso al nuevo día” no basta con resignarse y exclamar “sálvese quien pueda”, o con modificar externamente algunas estructuras institucionales pensando que todo consiste en organizarse mejor; “es también necesario implicar el trasfondo espiritual, teológico y religioso del acto de fe, del acto de esperanza, del acto de caridad y, por supuesto, de las prácticas cristianas: hasta que permeen del todo nuestra identidad como consagrados”.

Tiempos recios

En medio de la penumbra, y teniendo en cuenta los riesgos que acabamos de enumerar, no es improcedente preguntarse por lo que de verdad necesita hoy la vida consagrada.

Somos testigos del difícil nacimiento de una época distinta. Por ello, al dolor y al duelo que provocan las pérdidas desalentadoras que sufrimos, correspondería el nacimiento de otra forma y estilo de Iglesia; y es más que probable que corresponda también el surgimiento de una nueva forma de vida consagrada”.

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