"Que no son buenos los extremos, aunque sea en virtud"

"Que no son buenos los extremos, aunque sea en virtud"
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Mons. Jesús García Burillo Un discurso, recientemente pronunciado ante numerosas instituciones y autoridades en la Subdelegación del Gobierno de Ávila, terminaba con estas palabras: "Y quiero acabar con Santa Teresa de Jesús: ?Que no son buenos los extremos, aunque sea en la virtud?".
sta frase, así pronunciada, da a entender que Santa Teresa defiende que los extremos en la vida no son buenos, ni siquiera cuando hablamos acerca de las virtudes, es decir, que la práctica de la virtud puede ser un extremo no recomendable. Pero, ¿es exactamente esto lo que afirma la Santa?, ¿que no debemos exagerar, que no debemos
en la práctica de la virtud?, ¿o que ningún extremo es bueno, ni siquiera el ejercicio de la virtud si la practicamos exageradamente?
Ciertamente, no. El pensamiento de Santa Teresa sobre el ejercicio de las virtudes es todo lo contrario. Analicemos despacio la frase citada.
Ante la posibilidad de que alguien piense que la práctica de la virtud es un extremo, y por tanto no conviene exagerar, Santa Teresa, en el párrafo anterior a la frase aludida, opina lo siguiente: Dios nos libre de él, Dios nos libre de esta corriente de cieno. Y, a continuación de la cita referida, Teresa, que escribe a sus monjas con el fin de educarlas sobre el modo correcto de conocerse a sí mismas, afirma: "Oh válgame Dios, hijas, qué de almas debe el demonio de haber hecho perder mucho por aquí".
¿A qué se refiere, entonces, la Santa cuando dice: "no son buenos los extremos, aunque sea en virtud?
Este texto está tomado del capítulo 2 del libro Castillo interior (también llamado Las Moradas), en las Primeras Moradas, punto 10. En este capítulo Teresa trata el tema de la entrada del alma en el Castillo interior, es decir, de la entrada en sí misma. Sus hijas deben saber y practicar dos cosas para que un alma entre en este Castillo: cuán fea es el alma que está en pecado mortal; y también que el alma debe conocerse a sí misma.
Pero el conocimiento de una misma no se alcanza adecuadamente si no conocemos a Dios. Y ¿por qué es necesario conocer a Dios para conocernos a nosotros mismos? Sencillamente porque, al conocer la grandeza de Dios, podremos compararla con nuestra propia bajeza; y al mirar su limpieza, veremos nuestra suciedad; y considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos nosotros de ser humildes. Nuestro entendimiento y voluntad se hacen más nobles y aparejados (disponibles) para el bien tratando a vueltas de sí con Dios, es decir, cuando tratamos con Dios sobre nosotros mismos. La Santa está haciendo, por tanto, un análisis exigente sobre uno mismo al recomendarnos que, para conocernos en verdad, habremos de comparar nuestra propia realidad con Dios.
Por el contrario, ?afirma la Santa- Dios nos libre de comprendernos desde nosotros mismos, metidos siempre en la miseria de nuestra tierra, dejándonos llevar por corrientes cenagosas de temor, por la corriente de cieno de temores, de pusilanimidad y cobardía. Así, Dios nos libre de preocuparnos de mirar si me miran, no me miran; o preocuparnos por si critican que yendo por este camino, nos irá mal; o si será soberbia el que me proponga entenderme comparándome con Dios: si osaré comenzar aquella obra, si será soberbia; o si será acertado que una persona tan miserable como yo trate temas tan altos como la oración; o si me considerarán más perfecto si no voy por el camino que van todos; o si entiendo que no son buenos los extremos, aunque sea en virtud; o que como soy tan pecadora, será caer de más alto; o que quizás no iré adelante y haré daño a los buenos; o que una (persona) como yo no ha menester particularidades.
Todas estas opiniones y actitudes sobre el verdadero camino para conocerse uno mismo, son contrarias a la doctrina que Santa Teresa pretende dar a sus hijas y de las que ellas deberán librarse, de modo que aprendan a entrar en sí mismas por el camino recto y no se dejen llevar por criterios opuestos a los que la Santa propone. Su doctrina es, por consiguiente, un dechado de sabiduría cristiana, de la que hablaba el Papa san Juan Pablo II, cuando se dirigía a los abulenses en el lienzo Norte: "He venido hoy a Ávila para adorar la Sabiduría de Dios". Para conocer el magisterio de Santa Teresa sobre las virtudes, necesitaríamos ofrecer un extenso tratado que trasciende el objetivo de este breve análisis que acabamos de hacer sobre una frase que, sacada de contexto, puede decir todo lo contrario de lo que el autor, la Santa en este caso, pretende afirmar.
+ Jesús García Burillo
Obispo de Ávila