Carta del obispo de Coria-Cáceres: «Navidad con sentido o con consumismo»

Jesús Pulido nos recuerda que el adviento es un tiempo de conversión y no podemos servir a dos señores

Jesús Pulido Arriero

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El tiempo pasa inexorablemente y no podemos detenerlo. “La nochebuena se viene, la nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más”, cantamos cuando se acercan las fiestas navideñas. El paso del tiempo nos llena de melancolía, de inquietud… y quizás incluso de miedo a lo desconocido. En la antigüedad decían, con fatalismo y sin fe en Dios, que los hados del destino nos llevan en volandas si los aceptamos y a rastras si nos resistimos. ¡Da lo mismo! Lo que tenga que suceder sucederá, lo queramos o no.

Pero en realidad los seres humanos tenemos la necesidad de dar sentido a nuestra vida, de vivir orientados en el tiempo, de que tenga un principio y un fin, un motivo y una finalidad. Por eso lo organizamos, lo medimos en meses, en años, contamos los minutos, los segundos. Necesitamos brújulas temporales: saber qué hora es y en qué día estamos. Y en esa rejilla temporal colocamos todo lo que tiene valor y significado para nosotros: los cumpleaños, los aniversarios de familia, los hitos de ciudad, los logros de la humanidad… Lo que recordamos y lo que celebramos es lo que da valor a nuestro tiempo.

En nuestra sociedad, cada vez más, las fiestas tienen un carácter comercial, algunas incluso exclusivamente comercial. Las grandes compañías, ahora también online, organizan nuestra vida en torno al consumo, y la publicidad se encarga de que no lo olvidemos cuando se acerca la fecha. Cada año se suma una cita nueva en el “calendario comercial”. El ritmo del mercado “disimula” el paso del tiempo y nos hace olvidar nuestra condición de peregrinos con un eterno retorno año tras año que no tiene fin, y por tanto no tiene orientación: “Las rebajas se vienen y se van… y nosotros seguiremos aquí siempre igual”.

El año litúrgico, que comenzamos este domingo, día 27 de noviembre, da un valor trascendente al paso de los días. Cada año recorremos la historia de Dios con los hombres, desde la creación hasta la consumación, desde la promesa hasta el cumplimiento. El punto central es el nacimiento de Jesús; el punto final será el de su venida. Cada año recorremos la vida de Jesús para ir configurando la nuestra con la suya, su final con el nuestro. Cada semana tiene el ritmo de la semana santa con su viernes de pasión y su domingo de resurrección. La oración de la Iglesia, desde sus orígenes, está inspirada en las horas de su pasión: maitines, la prisión; prima, el juicio; tercia, la columna; sexta, la coronación de espinas; nona, la cruz y muerte; vísperas, el descendimiento; completas, la sepultura; y así con el sueño de cada día ponemos nuestra vida en las manos de Dios en espera de despertar a un nuevo día. Es la forma cristiana de santificar el tiempo, de convertirlo en historia sagrada, en historia de salvación.

Las próximas cuatro semanas marcan el inicio de esta historia con el tiempo del adviento, que es como un resumen de todo el antiguo testamento, el tiempo de la promesa y de la esperanza. Los protagonistas del adviento son los profetas, sobre todo Isaías: soñadores de Dios, que entrevén el día del Mesías y lo anuncian en el horizonte. Ellos van con un pie por delante de la realidad siempre difícil, pero encaminada a la salvación y no a la destrucción.

De nosotros depende que las próximas fechas navideñas pasen al calendario de las grandes superficies como una cita comercial recurrente, o que sigan siendo una fiesta religiosa que nos encamina hacia el Señor de la vida. De nosotros depende que el comercio y el dinero organicen nuestro tiempo y nuestra vida, o que lo haga el Creador y Redentor, nuestro origen y nuestra meta. El adviento es un tiempo de conversión y “no podemos servir a dos señores”.

Con mi bendición,


+ Jesús Pulido Arriero

Obispo de Coria-Cáceres


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