Carta del arzobispo de Sevilla: «Levántate y ponte en camino»

En el Día del Seminario, José Ángel Saiz Meneses recuerda que la vocación sacerdotal es un don de Dios y no un derecho del hombre

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Celebramos el Día del Seminario. El lema de este año se inspira en la escena de la Visitación de María a su prima Isabel: “María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña” (Lc 1, 39). En la Anunciación había respondido a la propuesta del Ángel con una respuesta generosa al plan de Dios. Después, se pone en camino y va con decisión a la montaña, a visitar a Zacarías e Isabel. De esta manera colabora desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo y se convierte en modelo para quienes a lo largo de la historia también se pondrán en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los demás.

La vocación al sacerdocio comienza también por un encuentro con Jesús, que llama a dejarlo todo y seguirle, que quiere que su llamada se prolongue en una vida de amistad y de participación en su misma misión. El que llama es Dios, y toda vocación cristiana viene de Dios, es un don suyo, y se fundamenta en la elección gratuita y precedente de parte del Padre. Y toda vocación cristiana siempre tiene lugar en la Iglesia y mediante ella, que es el lugar en que se generan y educan las vocaciones.

La historia de toda vocación sacerdotal es la historia de un diálogo inefable entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama, y el hombre, que responde desde su libertad. Este modelo de llamada y de respuesta, de iniciativa de Dios y de libertad responsable del ser humano, aparece siempre en las escenas vocacionales a lo largo de la Sagrada Escritura y también en la historia de la Iglesia. Ahora bien, hemos de ser muy conscientes de que la iniciativa de la llamada pertenece a Dios. Esto queda bien reflejado en las palabras de Jesús a los apóstoles: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).

El sacerdocio es un misterio, un don de Dios que se recibe y que se hace fructificar desde la gratitud y la fidelidad. Por eso, la iniciativa de Dios en la llamada exige un respeto absoluto por parte de las personas que colaboran en el discernimiento. La vocación sacerdotal es un don de Dios y no un derecho del hombre, y, en consecuencia, no se puede considerar como un proyecto personal, ni tampoco se ha de buscar una especie de promoción. Ni puede haber presiones o manipulaciones para decantar la posible respuesta, ni tampoco esta iniciativa y don de Dios pueden ser sustituidos por la voluntad personal.

Todo comienza cuando Nuestro Señor «instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 13-14). Después de haberlos llamado y antes de enviarlos, el Maestro crea con ellos una comunidad de vida y de destino, y los hace partícipes de su propia misión. Después los envía a anunciar el Evangelio, a ser testigos suyos en medio del mundo. No serán meros repetidores de unas ideas, sino comunicadores de su Palabra, de los misterios del Reino, de Cristo mismo. Por eso es preciso que hayan vivido en amistad, en intimidad con Él, en comunión de vida, para poder ofrecer un testimonio válido y creíble.

«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 37-38). En este día, pidamos por los sacerdotes, para se mantengan fieles al Señor, para que sean hombres de alegría y esperanza, que transmiten el gozo y la felicidad del servicio a Dios y a los hermanos. Pidamos también por los jóvenes, para que estén abiertos a la llamada del Señor a dejarlo todo y seguirle. María Santísima, Madre de los sacerdotes, nos guiará en el trabajo de la pastoral vocacional. Ella es consuelo, esperanza y causa de nuestra alegría.

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

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