Ante el Año de la Fe

Agencia SIC

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Mons. Braulio Rodríguez El día 11 de octubre abre el Santo Padre en Roma el Año de la Fe; nuestra Diócesis de Toledo lo hará en Guadalupe el domingo 14, con un grupo numeroso de fieles, a los pies de la Virgen de Guadalupe, ante la cual tantos misioneros extremeños y de otros lugares de España rezaron, antes de viajar a América con el deseo de dar a conocer a Jesucristo. Pienso, pues, que tiene que ser un día memorable y evocador para todos nosotros: el Señor nos impulsa a vivir y confesar nuestra fe, para que crezca mucho dándola a los demás.

El día 11, víspera de la Virgen del Pilar y del día de la Hispanidad, ocupa ya en el calendario de la Iglesia contemporánea un lugar particularmente memorable. Tradicionalmente se celebraba en la liturgia de este día 11 la Maternidad divina de María. Nuestra Señora dijo sí al Señor y concibió en su corazón y en su vientre, por obra del Espíritu Santo, al Verbo eterno, al Hijo de Dios. El beato Juan XXIII, cuya memoria litúrgica se celebra precisamente el día 11 de octubre, escogió este día para la solemne apertura del Concilio Vaticano II, el mayor acontecimiento de la historia de la Iglesia en el siglo XX. ¿No sería por conexión con el Vaticano II, del que es uno de sus frutos más importantes, por lo que fue publicado el 11 de octubre de 1992 el Catecismo de la Iglesia Católica?

Al iniciar, pues, el Año de la Fe, os invito a todos, católicos toledanos, a orar al Padre de los cielos el día 14 en Guadalupe, con la intercesión de la Virgen, como ha hecho el Papa hace unos día en Loreto. ¿Qué pedir en este día? Ante todo que cada uno se ofrezca a Él para que todo en mí hable de Dios, como el principal deber de mi vida. Como Dios nos ha concedido el don de la palabra, rezar también para que no haya recompensa mayor para mí que el honor de servirle y enseñar al mundo lo que ignora tantas veces: que Él existe y es el Padre del Hijo único, nuestro Señor Jesucristo.

Yo tengo gran necesidad de implorar el auxilio de la misericordia de Dios, para que, con el aliento del Espíritu Santo, hinche las alas de mi fe y me empuje así a predicar por todas partes su santo nombre. También quiero pedir para vosotros esta misma gracia. Él da a quien pide y abre a quien llama. Pobres como somos, imploremos lo que nos hace falta. Quisiéramos en el Año de la Fe dedicarnos con celo a estudio de los profetas y apóstoles de Cristo. Quisiéramos llamar a todas las puertas; pero sólo Cristo puede atender nuestra oración; sólo Él puede abrir la puerta a la que llamemos, porque nos hace participar de su Espíritu.

Por eso, no daremos a las palabras de Jesucristo un sentido diferente al que los Apóstoles le quisieron dar. Oremos con el Espíritu al Padre, para que nos dé el decir lo que creemos: que no hay más que un solo Dios, el Padre, y un solo Señor, Jesucristo. Éste tiene siempre abierta la puerta al que viene a Él. Es verdad que esta luz verdadera luce para todos; pero si alguno cierra sus ventanas, él mismo se privará de la luz eterna. Pero los que desean recibir la luz que brilla con esplendor perpetuo abren su puerta a Cristo. Ninguna noche vendrá a apagar su luz.

+Braulio Rodríguez

Arzobispo de Toledo

Primado de España

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