Adviento: Camino de esperanza en el Año de la Fe

Adviento: Camino de esperanza en el Año de la Fe

Agencia SIC

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Mons. Luis Quinteiro Queridos hermanos:

Nos encontramos a las puertas de iniciar con toda la Iglesia el nuevo Año Litúrgico. Comenzamos un nuevo camino de fe que estamos llamados a vivir juntos en las comunidades cristianas. Un nuevo período a recorrer dentro de la historia del mundo para abrirla al Misterio de Dios: a la salvación que viene de su amor.

Cada Año litúrgico, al empezar con el tiempo de Adviento, nos invita a

vivir la virtud de la esperanza. La espera es una dimensión que atraviesa toda

nuestra existencia y que está presente en mil situaciones: desde las más pequeñas hasta las más importantes, aquellas que nos implican totalmente y en lo más profundo de nuestro ser. Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Podríamos afirmar que al hombre se le reconoce por lo que espera; y su estatura moral y espiritual se puede medir por esa espera.

El nuevo Año Litúrgico en el Año de la Fe.

La inauguración del nuevo Año litúrgico, dentro del Año de la Fe que

ha convocado el Santo Padre, nos sitúa en el misterio de gracia de la Liturgia, que actualiza la obra de la Redención realizada por Cristo Señor: será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado (PF 13).

El Adviento nos invita a poner nuestra mirada en Jesucristo, aquel

que inició y completa nuestra fe (Hb 12,2); el que nos trae la verdad de parte de Dios y así nos enseña aquello a lo que podemos aspirar, lo que cabe esperar a la humanidad y a cada persona: ¿qué es lo que puede esperar la humanidad?, ¿yo qué espero? En este momento de mi vida, ¿a qué tiende mi corazón?

Las respuestas a estas preguntas no se pueden dar al margen de la

propia vida y de las circunstancias de cada uno, no siempre felices y alegres. El Adviento nos invita a detenernos y descubrir la presencia del Señor en nuestras vidas que nos hace capaces de responder a todas las preguntas que podamos hacernos: en él encuentra cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria ante el vacío de la muerte, todo tiene cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección (PF 13)

El adviento es tiempo de fe que reconoce y de esperanza que

escucha.

Desde el momento de su Encarnación, el Hijo de Dios se ha hecho

uno de nosotros, el reconocimiento de este misterio por la fe nos lleva a

contemplar al Señor presente en la historia. El tener certeza de su presencia debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera. Debería facilitarnos el considerar toda nuestra existencia como visita, como un modo en el que Él puede venir a nosotros y estar a nuestro lado en toda situación. Es una invitación a comprender que los pequeños y sencillos acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige a fin de poder descubrirle en nuestra vida. Son signos de su atención por cada uno de nosotros.

Lo que quiere hacer en este tiempo el Señor con nosotros es hablar al

corazón de su pueblo y, a través de él, dar a conocer a toda la humanidad que la salvación está cerca. Los cristianos de los primeros siglos adoptaron la palabra Adviento para expresar su relación con Jesucristo: Jesucristo es el Rey que ha entrado en esta tierra para visitar a los hombres. Dios está aquí, no se ha retirado del mundo ni nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples formas.

Debemos facilitar que el Señor entre en nuestras vidas pues Él quiere

hablarnos. En la vida cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para Dios y, a la vez, poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el hacer. ¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo que nos domina y que es la sociedad, con sus intereses, la que monopoliza nuestra atención? A veces las cosas nos arrollan y nos olvidamos de que el verdadero dueño del mundo no es el hombre, sino Dios que viene a nosotros con el poder de la humildad.

El panorama del mundo actual parece contrario a toda esperanza: las

ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre aparece como el único amo-hacedor y director de todo. ¡Bien sabemos que esto no es así! El Tiempo de Adviento viene cada año para provocar que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el Rostro de Dios. El rostro no de un amo, sino de un Padre y de un Amigo. Llagará el día en el que todos llamaremos a Dios así: Señor-Nuestra-Justicia (Jr 33, 16).

Todos sabemos del enfriamiento en la fe de muchos cristianos. Este

enfriamiento puede ser motivado por la crisis que afecta a nuestra sociedad, por la fuerte influencia del secularismo y del materialismo en nuestra cultura o incluso porque en nuestra vida suponemos que podemos prescindir de Dios.

Al tiempo, percibimos la búsqueda viva de Dios que algunos hermanos intentan iniciar. Recordando las palabras de San Agustín, podemos

afirmar que el corazón del hombre no descansará hasta que encuentre refugio en el Señor. Este año nos tiene que ayudar a recordar que lo que caracteriza nuestra vida es creer, es esperar en las promesas del Señor. Debemos recorrer este Año Jubilar con la misma actitud con la que celebramos el Adviento: Salir del desierto que lleva consigo el mutismo de quien no tiene nada que decir, para dejarnos restituir por Dios la alegría de la fe y así comunicarla de manera renovada a los hermanos.

Casi al comienzo de este año Jubilar, la Iglesia nos propone la

celebración del Adviento. Es una ocasión propicia para unirnos más

profundamente al Señor y que así la luz de la fe personal de cada uno de nosotros haga resplandecer en el mundo la Palabra de Verdad. El Año de la Fe, como también el Adviento, es momento privilegiado para iniciar un verdadero camino de conversión al Señor, único Salvador del mundo. Es ocasión para intensificar la reflexión sobre los contenidos de nuestra fe y así afirmar nuestra identidad ante el relativismo imperante.

El Adviento es tiempo para vivir la caridad auténtica.

Debemos intensificar también el testimonio de la caridad pues sin la

caridad nuestra fe y nuestra esperanza carecerían de sentido. La Iglesia quiere, en estos momentos difíciles, estar cerca de cuantos sufren a causa de problemas socioeconómicos o por hechos no esclarecidos ni reparados. Sabemos que en miles de familias hay heridas abiertas y angustiosas. Nosotros, como hermanos, debemos compartir el dolor de todos ellos y reiterarnos en la actitud de ayuda y acompañamiento. Como Hijos de la Luz nos sentimos comprometidos en promover una renovación profunda de la sociedad según el modelo supremo que es Jesucristo, a fin de seguir buscando la verdad con la certeza de que ella nos hará libres. El Señor nos convida en este Nuevo Adviento a renovar nuestra vocación de

servidores de todos, en especial de los que más sufren.

Santa María modelo del Adviento.

Para finalizar esta carta con la que me dirijo a vosotros, queridos

diocesanos, para animaros a vivir de modo más auténtico y fructuoso este período de Adviento os propongo, al igual que lo hace la Liturgia, el ejemplo de María Santísima, la Madre de Jesús. Os invito a caminar espiritualmente junto con ella hacia la cueva de Belén. Cuando Dios llamó a la puerta de su vida joven, ella lo acogió con fe y con amor. Dentro de pocos días la contemplaremos en el luminoso Misterio de su Inmaculada Concepción. Dejémonos atraer por su belleza, reflejo de la gloria divina, para que el Dios que viene encuentre en cada uno de nosotros un corazón bueno y abierto que Él pueda colmar de sus dones.

La Virgen Madre, es el camino que Dios mismo se preparó para venir

al mundo. Con toda humildad, María camina a la cabeza del nuevo Israel en el

éxodo de todo exilio, de toda opresión, de toda esclavitud moral y material hacia los nuevos cielos y la nueva tierra, en los que habita la justicia y que en este tiempo de preparación para la Navidad del Señor nos son prefigurados. Ella es la Virgen del Adviento: está bien arraigada en el presente, en el hoy de la salvación. En su corazón recoge todas las promesas pasadas y se proyecta al cumplimiento futuro.

Sigamos su ejemplo para entrar de verdad en este tiempo de gracia y acoger, con alegría y responsabilidad, la venida de Dios a nuestra historia personal y social.

Que la que se convirtió en morada del Señor, en verdadero templo en

el mundo y en puerta por la que el Señor entró en la tierra, interceda por nosotros y nos lleve de la mano, junto con San José, hasta el pesebre de Belén.

Vuestro, afmo. en Jesucristo que viene a salvarnos,

+Luis Quinteiro

Obispo de Tui-Vigo

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