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Las claves para tener esperanza en un mundo oscurecido en el que "nadie puede quedar excluido"

El periodista y sacerdote Josetxo Vera ahonda en 'Siempre aprendiendo' en la encíclica del Papa Francisco 'Fratelli tutti'

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Josetxo Vera
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Tiempo de lectura: 4'Actualizado 10:11

Seguimos reflexionando sobre esta encíclica de Papa Francisco que nos invita a hacer una mirada en la sociedad en la que vivimos y que profundiza la doctrina social de la Iglesia. En este día nos introducimos en un mundo que está oscurecido. Somos más cercanos, pero no más hermanos. Toca hoy hacer un recorrido por las sombras que oscurecen el mundo, reclamar que nadie quede excluido, que en este avance vayamos todos juntos y que la humanidad se reúna para salir delante de manera conjunta.

Después de tantas décadas en las que parecía que el mundo había aprendido de tantas guerras y parecía que el mundo se dirigía hacia la integración, encontrarnos unos con los otros. Sin embargo, la historia da muestras de estar dando pasos hacia atrás. El Papa Francisco lo avisa así: “Estamos viviendo una Tercera Guerra Mundial, por pedazos”. Nos encontramos conflictos muy fuertes y violentos en lugares como Oriente Medio, Siria, Turquía, Armenia y Azerbaiyán.

El Papa se refiere especialmente a los nacionalismos cerrados, resentidos y agresivos. Están surgiendo nuevas guerras. Una unidad que parecía se iba fraguando y sin embargo no conseguimos sacar adelante la unidad. Por eso el Papa nos invita a no conformarse con los logros del pasado y disfrutarlos. No podemos olvidar que todavía hoy muchas personas que sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos. Por eso, cada generación tiene que pensar en los que todavía no están en el nivel y ayudarles para que puedan alcanzar el bienestar que vivimos todos. El bien, el amor, la justicia no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día.

Por eso vale la pena, dice el Papa Francisco, recordar que la persona es el valor primero que hay que respetar y amparar, por su misma dignidad. Tan imagen y semejanza soy yo como es un hermano mío, o una persona pobre y rica. Todos tenemos la misma dignidad. Por eso hay que estar muy atentos a aquellos que son pobres o discapacitados, aquellos a los que se considera que “todavía no son útiles” como los no nacidos, o que “ya no sirven” como los ancianos. Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de los demás.

Esto tiene como origen un individualismo consumista que nos hace ver al otro como un obstáculo, una molestia. Estas actitudes hacen crecer la agresividad, una agresividad que se acentúa en épocas de crisis y en momentos difíciles donde sale a plena luz el espíritu del “sálvese quien pueda”.

Esta actitud egoísta no es solo de las personas sino se extienda a la sociedad. Nos podemos encontrar con comportamientos sociales que no están centradas en el bien común de todos, sino en el bien particular de unos cuantos. El bien común se instrumentaliza para que sea el beneficio de unos pocos. La globalización nos hace más cercanos, pero no más hermanos. Nos puede pasar que, en un mundo masificado, estemos realmente solos.

Ante esta situación el Papa nos invita a promover una inclusión social y conseguir un mundo más unido y justo. Observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, pronunciada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias.

El respeto de los derechos a la vida, a la igualdad, a la dignidad, al estudio y al techo es condición necesaria para el desarrollo social y económico de los países. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común. Es necesario el respeto de los derechos de la dignidad humana.

Es verdad que se está produciendo una separación entre el individuo y la comunidad humana. Estas dos realidades tienen que avanzar juntos. En cualquier caso, estamos llamados a caminar con esperanza. Es verdad que estas sombras son densas, pero conviene hacerse eco de los lugares donde surge la esperanza. Dios sigue actuando entre la humanidad. Lo hemos encontrado en este tiempo de pandemia, llevar alimentos a los que no podían salir de casa, voluntarios en los hospitales etc…Hay que hacer visibles las semillas de humanidad que están en el bien de tantas personas.

En la pandemia aprendemos que nadie se salva solo. Independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos la esperanza nos habla desde los más hondo del ser humano. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda que está en el corazón de todas las personas. Un querer llegar a lo grande que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes.

Esa esperanza es audaz, debe saber mirar para salir de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. En el fondo de cada persona está la posibilidad de un mundo mejor. Los grandes cambios de la humanidad no se fabrican con papel y lápiz o en un escritorio de gente brillante, cada uno tiene un papel fundamental en un proyecto creador que tenemos que diseñar. Esta esperanza está puesta en esa semilla del bien que se siembra. El mundo cambia si empezamos desde abajo.

Los caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho son expresiones concretas de personas que han decidido cambiar el mundo.

En este sentido la Iglesia es un hogar entre los hogares, abierta para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas. La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre. Queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación.

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