La sensación que tienes nada más levantarte de la cama que también viven los astronautas en el espacio: "En el corazón"

La preparación especial que tienen estas personas elegidas para trabajar más allá de la atmósfera a veces tiene correlación con el día a día de cualquier persona

José Manuel Nieto

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Abrir los ojos por la mañana, poner los pies en el suelo y sentir que el cuerpo tarda en “arrancar”. Es una experiencia común. Pero lo que pocos imaginan es que esa sensación de desorientación, de no saber muy bien dónde está el arriba y el abajo, es muy parecida a la que experimentan los astronautas al regresar del espacio. Así lo explicaba recientemente la coronel médico Beatriz Puente Espada, directora del Centro de Instrucción de Medicina Aeroespacial (CIMA), en una entrevista con Carlos Moreno 'El Pulpo' en Poniendo las Calles, de la Cadena COPE.

En el espacio, el cuerpo humano pierde sus referencias habituales. “Hay alteraciones del oído interno, alteraciones vestibulares”, señalaba la coronel. Ese pequeño “aparato” que tenemos dentro del oído, que nos ayuda a mantener el equilibrio y la posición vertical, deja de ser útil en microgravedad, y eso pasa factura. “Una de las astronautas de la misión FRAM2 dijo que al volver, durante unos instantes, se había olvidado de que tenía piernas y para qué servían”, explicó. Una frase tan gráfica como contundente.

El cuerpo reacciona

La misión FRAM2 ha sido pionera por otro motivo: ha enviado a civiles a orbitar los polos terrestres, y una de las pruebas consistía precisamente en que los tripulantes salieran de la nave sin asistencia externa. “Pensando en futuras misiones a la Luna o a Marte, donde no siempre habrá un equipo de recuperación”, apuntaba Puente Espada. Aunque la misión duró apenas unos días, los efectos en el cuerpo fueron notables.

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Los astronautas Soichi Noguchi y Naoko Yamazaki en el laboratorio de la Estación Espacial Internacional acoplados al transbordador Discovery

Esta adaptación o desadaptación fisiológica se parece más de lo que pensamos a ciertas experiencias humanas cotidianas. Y es que el entrenamiento extremo de los astronautas no los hace inmunes a la fragilidad corporal. “El cuerpo se tiene que volver a adaptar. Y eso, incluso después de misiones cortas, cuesta”, afirmaba la responsable del CIMA.

Riesgos silenciosos

Los riesgos para la salud en el espacio son numerosos y complejos. No se trata solo de la radiación o de la falta de gravedad, sino también del aislamiento, el ruido constante o el confinamiento. La coronel fue clara: “La Estación Espacial Internacional tiene un ambiente muy ruidoso, como una nevera antigua funcionando todo el rato”.

Además, la microgravedad afecta directamente a la densidad ósea, la masa muscular y el sistema cardiovascular. Se ha descrito incluso un síndrome neuroocular que afecta a la vista de algunos astronautas tras largas estancias en órbita. NASA y ESA llevan años estudiando cómo mitigar estos efectos.

La preparación previa es clave. Aunque en vuelos suborbitales los controles médicos pueden ser más livianos, en misiones como FRAM2, de mayor duración, se exige un examen físico más exhaustivo. El entrenamiento incluye simulaciones en piscinas para preparar los paseos espaciales con los trajes extravehiculares y ejercicios para soportar aceleraciones extremas de hasta 9 Gs. Un entrenamiento comparable al de los pilotos de caza.

Pero ni siquiera toda esta preparación puede eliminar completamente los efectos del entorno espacial. De hecho, muchas veces lo que marca la diferencia es la capacidad de recuperación al volver. “Ese primer momento tras el aterrizaje, cuando vuelves a enfrentarte a la gravedad, es en el que más se nota el cambio”, recalcó Puente Espada. Algo similar a ese instante en el que te levantas de la cama y tu cuerpo tarda en ubicarse. Solo que en su caso, es literal: han estado orbitando a 440 kilómetros de altura, a 28.000 kilómetros por hora.

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Transbordador espacial en el espacio. Escena realista en 3D.

Como bien recordaba la coronel, no estamos diseñados para vivir fuera de la Tierra. “Fisiológicamente, no estamos preparados para la microgravedad. Solo podemos intentar adaptarnos”, explicaba. El futuro de la exploración espacial pasa por entender mejor estos límites y por desarrollar nuevas tecnologías de protección, tanto dentro de las naves como fuera de ellas, frente a la radiación solar y la basura espacial.

El desafío está servido: si queremos vivir más allá de nuestro planeta, primero debemos aprender a reconciliarnos con él. Incluso en lo más íntimo: ese momento cotidiano, tan sencillo como recordar para qué sirven las piernas, se convierte en símbolo de algo mucho más profundo. Como dijo uno de los astronautas al regresar: “Lo primero que sentí fue en el corazón”.