Una civilización se mide por su forma de custodiar y promover la vida, y decir la vida es decir su dignidad, su valor precioso, que no admite rebajas ni compraventas. Por eso la aprobación de una nueva ley del aborto no es una anécdota más en el despropósito gubernamental. Como dijo ayer el secretario general y portavoz de la CEE, Luis Argüello, es cruzar una línea roja, porque promover la vida es una de las fuentes de toda civilización. Con esta ley se refuerza el derecho del fuerte sobre el débil, cerrando los ojos a todos los avances de la ciencia que documentan que, en el seno de una mujer embarazada, existe una nueva vida distinta de la suya, que es preciso cuidar, acoger y defender.

Monseñor Argüello pidió una movilización social a favor de la vida, una movilización transversal que puede reunir a creyentes y no creyentes, a personas de las más variadas pertenencias culturales y políticas. Movilización no es sinónimo de mera agitación, o de repetición de eslóganes. Significa comparecer en la plaza pública con la palabra y el testimonio sereno de la verdad, sin miedo a señalamientos ni cancelaciones. Significa, también, defender y sostener a las madres, trabajar por unas condiciones económicas, laborales, de vivienda, que les permitan acoger esa nueva vida que van a dar a luz. Esto es también cultura de la vida.

Movilización no significa trinchera, sino acompañamiento en la incertidumbre que corroe a tantas mujeres, para decirles: la vida que llevas es preciosa, te ayudamos, no temas, merece la pena. Y significa también un desafío educativo que implica a las familias, a la escuela y al tejido social, para ayudar a que crezca desde su raíz, en la mente y en el corazón, la certeza hoy extraviada de que la vida siempre es un bien.