“Vivimos un momento como ningún otro para ser católico”, ha dicho el obispo-secretario de la CEE, Luis Argüello, en la apertura de la Semana Social que ha tenido lugar en Sevilla. Reconozcamos que la afirmación nos desconcierta. Con los datos de la sociología, el entorno cultural hostil, y las propias debilidades de la Iglesia expuestas en la plaza pública, ¿cómo va a ser éste el mejor momento para ser católico? Quizás porque ahora, nuestra fe y nuestra pertenencia a la Iglesia ya no pueden sustentarse sobre el beneplácito social ni sobre la inercia de la historia. Ahora sólo pueden apoyarse sobre la libertad y la certeza personal de que hemos encontrado el “secreto de la vida”, aquello que todos buscan y anhelan para dar respuesta a su necesidad. Y también porque en este cambio de época caen, uno tras otro, los ídolos a los que muchos han confiado su esperanza: la técnica, el bienestar, las ideologías… Y vuelven a abrirse las grandes preguntas sobre el sentido de la vida que estuvieron mucho tiempo censuradas.

Ante esta situación la Iglesia tiene un triple deber: primero, el anuncio de la Verdad sobre el Hombre y la Historia a través del testimonio y de la palabra; segundo, la lucha contra las situaciones de injusticia en todos los campos, a través de tantas iniciativas sociales movidas por la caridad; y tercero, cooperar activamente en los cambios que conduzcan al verdadero progreso humano. Y todo esto debemos hacerlo en medio de la ciudad, como nos recuerda el Papa, caminando con otros que son de nuestra misma carne, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, a veces discrepando, cuando se pueda cooperando, pero en todo caso, hermanos.