
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La foto que me ha llamado la atención la he visto hoy en la web del National Geographic. Está tomada en un paseo marítimo. El mar, sereno, apenas forma pequeñas olas de compromiso al llegar a la arena. La luz brillante, límpida, bañando de oro joven el azul de paraíso. Algunos bañistas van y vienen por la orilla. Los niños hacen castillos más sólidos que los sueños de los adultos. Huele a yodo, a la gracia de un sol que acaricia y calienta. Desde el paseo marítimo parece estar uno embarcado en un bajel seguro que le llevará al horizonte. En ese paseo marítimo hay una cama de hospital, blancas y azules las sábanas, el enfermo conectados a máquinas que se han quedado mudadas ante la canción de las olas. El enfermo oye, huele y ve en el azul del Mediterráneo el infinito que lleva dentro. Un infinito que ha estado callaado, silenciado, ausente por el dolor, por noches sin límites y días demasiado largos. El enfermo en el paseo marítimo, oliendo las olas, oyendo la insistencia del horizonte, vuelve a saberse grano de arena en la inmensa playa de la historia, vuelve a tocarse con el alma el infinito que lleva bajo las tripas.