Cuando Molly preparó el té aquella tarde de abril del año 1962, no se imaginó que una mano furtiva derramaría sobre el agua una sustancia letal. Desde aquel mismo día, los mareos y las náuseas fueron constantes en la mujer.

El día 21, Fred, el marido de la víctima, entró en la cocina, encontrando a su hijo Graham mirando por la ventana que daba al jardín con un gesto impasible. Movido por la curiosidad, el hombre se asomó, descubriendo a su esposa tirada sobre el césped, sufriendo violentas convulsiones. De nada sirvió el rápido traslado de Molly al hospital. Los doctores no pudieron evitar una muerte que quedó, en aquel momento, sin explicación.

Lo que nadie sospechaba, es que aquel repentino fallecimiento había sido gestado en la mente del joven Graham, un muchacho completamente obsesionado desde su infancia por los venenos. En la intimidad de su habitación, aquel chico leía libros de química y coleccionaba brebajes altamente venenosos.

Carente de cualquier tipo de empatía, Graham Young decidió dedicar su tiempo a envenenar a la gente de su entorno como si fueran conejillos de Indias. Su padre, su hermana, sus amigos, sus compañeros de trabajo… todos ellos fueron víctimas de la mente sádica de Graham. Condenado a cadena perpetua en 1972 al ser encontrado culpable de tres asesinatos y de varios intentos de homicidio, el protagonista del expediente de esta noche fue ingresado en la cárcel de máxima seguridad de la isla británica de Wight, donde falleció de un ataque al corazón en el año 1990.

Su terrible historia sirvió para modificar las leyes gubernamentales que regulaban la venta de venenos en Inglaterra.