Elena consiguió cambiar quiénes pueden trabajar en este sector en Valencia al recordar lo que le decía su padre de pequeña
Conocida en el pueblo de El Palmar como ‘Tía Elena’, relata en La Linterna una lucha incansable que alcanzó su éxito hace dos décadas y ahora cuenta con una calle como reconocimiento
Madrid - Publicado el
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El eco de una frase cruel, lanzada una y otra vez durante su infancia, resonó décadas después con la fuerza suficiente para derribar siete siglos de tradición excluyente en la Albufera de Valencia. “Una chica no era nada, un chico era una finca, era un compañero del padre para aprender, para tener derecho a la pesca”. Esa sentencia, que Elena Marco escuchaba a su padre mientras le acompañaba en la barca, se convirtió en el combustible de una lucha que culminaría en 2008, cambiando para siempre las normas que regían quiénes podían pescar en estas aguas milenarias.
La historia de esta transformación, narrada por Rubén Corral y Nekane Fernández en La Linterna, es un relato de memoria personal convertida en motor de cambio colectivo. Elena, conocida en el pueblo de El Palmar como ‘Tía Elena’, era la segunda hija de un pescador. Desde niña, su vida transcurrió entre las redes y el barro, aprendiendo cada secreto de la laguna junto a su progenitor. Pero ese conocimiento iba siempre acompañado de un amargo recordatorio: por mucho que supiera, el oficio y la preciada licencia que lo permitía nunca serían suyos. El legaje, codificado en las normas de la Cofradía de Pescadores desde los tiempos del rey Jaime I el Conquistador en el siglo XI, estaba reservado exclusivamente para los varones.
Barcos en la Carrera de La Reina, El Palmar, Valencia
Una injusticia con las valencianas
Esa injusticia, grabada a fuego en su memoria desde la infancia, no fue solo una herida personal; se convirtió en una prueba irrefutable de que el sistema estaba equivocado. “Aunque no era chico, pues me iba con mi padre a coger lo que cogían para pescar”, relató Elena en el programa. Su mera presencia en la barca, su habilidad innata y su pasión, desmentían la lógica arcaica que relegaba a las mujeres a un segundo plano perpetuo.
No estaba sola. Otras mujeres del Palmar, como Carmen Serrano y Teresa Chárdi, compartían la misma frustración. Carmen, nieta e hija de pescador, asumió desde pequeña que su conexión con el mundo de la pesca siempre sería indirecta, una realidad que solo pudo sortear parcialmente al casarse con un pescador. Teresa Chárdi fue la que, en 1994, dentro de la Asociación de Amas de Casa Tirius, decidió “alzar la voz” y poner en marcha una reivindicación que todas sentían como propia.
El recuerdo del padre de Elena
Pero fue el recuerdo persistente de lo que Elena había vivido, esa sensación de ser “nada” para la tradición, lo que personificó la crudeza de una norma que privaba a las hijas, nietas y hermanas de su legítima herencia. Su experiencia no era un caso aislado; era el síntoma de una estructura que afectaba a todas las familias de pescadores.
Varias embarcaciones participan en la romería del Cristo de la Salud, en El Palmar
La batalla que emprendieron fue larga y dolorosa. Durante casi dos décadas, se enfrentaron al rechazo de vecinos, amigos e incluso familiares. “Fue muy fuerte la lucha… Así piensa que era hasta con hermanos”, recordó Teresa Chárdi. El precio de desafiar siete siglos de historia fue el conflicto interno en una comunidad pequeña y tradicional.
El cambio en la pesca de la Albufera
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La perseverancia, alimentada por memorias como la de Elena, finalmente dio su fruto en 2008. El cambio normativo permitió que las mujeres pudieran heredar las licencias por primera vez en la historia. La primera pesca legal de aquellas mujeres fue una victoria agridulce cargada de simbolismo. Carmen Serrano lo recordó no como un triunfo individual, sino colectivo: en la barca, junto a ellas, había hombres que también habían estado excluidos por no ser los primogénitos y que por fin pescaban como legales, no como furtivos.
La lucha de Elena Marco y sus compañeras demuestra que el cambio a menudo nace de la memoria de una injusticia personal. Lo que su padre intentó inculcarle como un destino irrevocable (que por ser mujer “no era nada”) se transformó en la razón fundamental para demostrar que estaba equivocado. Al recordar esas palabras, no solo desafió el statu quo; reescribió el futuro de la Albufera, asegurando que ninguna niña volviera a sentirse “nada” en las aguas que son herencia de todos.